Queridos amigos
En el evangelio de hoy (Jn 6, 51-58), hay tres cosas que llaman poderosamente la atención: 1. La insistencia apasionada con la que Jesús repite y repite que su cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Y que tendremos que comer su carne y beber su sangre. “Carne y sangre” es el modo semítico ordinario de referirse a la persona. Y Jesús repite esta frase hasta seis veces. 2. La no aclaración a los judíos -ni a los apóstoles-, de cómo habría de ser eso. Ellos discutían entre sí y bastantes ya se estaban retirando -incluidos algunos discípulos-, porque la cosa les parecía imposible. Les pudo haber dicho: ¡tranquilos, no es como ustedes se lo imaginan!, pero prefirió callar y poner a prueba su fe en Él. 3. Los maravillosos efectos que la comunión del cuerpo y sangre de Jesús produce en quienes comulgan.
Antes de ver algunos de esos efectos, digamos algo sobre este trozo del evangelio (Jn 6, 51-58), que contiene la parte medular del llamado discurso eucarístico de Jesús (c. 6). Hasta ahora Juan nos ha hablado de Jesucristo, el Pan de Vida, que Dios nos da. Ahora es el mismo Jesús quien nos dice que su cuerpo es el pan que Él va a entregar para la vida del mundo (Jn 6, 51 b). Para la vida del mundo, porque Jesús ve siempre su vida y su eucaristía en relación con la salvación del mundo, unidas a su pasión, muerte y resurrección, tal como lo captaron los Sinópticos y Pablo (1 Cor 11,24).
Todo esto es muy importante, porque nos lleva a tocar el fondo de lo que para Jesús fue la Eucaristía, a saber, el memorial de su pasión, muerte y resurrección. Y de lo que debiera ser para nosotros: participar activamente en este memorial. Hagan esto unidos a mí, nos dice Jesús, y ofrézcanse conmigo al Padre Dios para la salvación del mundo. Esta debe ser nuestra principal actitud al celebrar o recibir la eucaristía: más que el coloquio íntimo con Jesús o la fuerza que nos da para seguirle o el mismo transformarnos en Él al ser asimilados por su gracia. Todas estas cosas y muchas más se nos darán por añadidura si nos acercamos a la eucaristía como Memorial de la muerte y resurrección de Jesús.
Señalemos otros tres efectos de la eucaristía: 1. quien la come vivirá por El. Permanece en mí y yo en él, dice Jesús, con esa unión de vida que Él mismo comparará a la unión de la vid con los sarmientos (Jn 15, 4). 2. Y vivirá para siempre, añade, pues Él lo resucitará en el último día (Jn 6, 54). Quien comulga lleva en sí la vida eterna, que es Jesucristo. 3. Por la eucaristía participamos en la vida de Cristo, vida que el Hijo comparte con el Padre. Por eso quien come a Cristo vivirá del Padre Dios. Es otro de sus grandes efectos: la participación en la vida de Dios Trinidad.