El evangelio que nos presenta la liturgia de este segundo domingo de Pascua contiene toda una pedagogía de encuentro entre el Señor resucitado y sus discípulos.
A destacar, en primer lugar, el saludo de presentación por parte del Señor: “Paz a vosotros”, deseo que en cada Eucaristía recordamos y prometemos a los que están a nuestro lado. Es más que una mera fórmula repetida, tal vez, por la rutina. Es un don que queremos tener y ofrecer para alcanzar serenidad de cuerpo y espíritu para afrontar con madurez los acontecimientos de la vida. El Señor comprendió que sus discípulos, sumergidos todavía en la confusión, miedo y hasta cierta decepción en los momentos inmediatamente posteriores a su muerte, sentían necesidad de un cierto control mental, de apaciguar los ánimos, de llenarse de la fuerza del Espíritu para afrontar con lucidez su propio presente y los acontecimientos del futuro. Por eso el Señor les inunda con su gracia para que sean capaces de afrontar con serenidad y valentía los acontecimientos primeros que se suceden a partir de la experiencia de su propia resurrección.
Es obvio que la resurrección nos orienta a la esperanza pero, a partir del diálogo que el Señor sostiene con Tomás en su segunda aparición que nos describe el evangelio de hoy, el punto de mira debe estar dirigido también a la fe. No les fue fácil aceptar y creer a los discípulos al Señor resucitado después de la experiencia dura que vivieron durante su pasión: aquel que habían imaginado como al Mesías de gloria muere entre tormentos en la cruz. Por eso no es de extrañar la reacción de Tomás pero cuando Jesús le hace ver que está vivo, que no es una alucinación del resto de los discípulos cambia totalmente y su duda se transforma en la seguridad de estar en el camino de Dios. Y a partir de este momento todos se sienten contagiados por la Luz del Señor que ilumina su adhesión a Él, se sienten unidos en una misma comunión para realizar en el mundo el Proyecto del Reino y, animados por la fuerza y el gozo del Espíritu se convierten en testigos y misioneros de la resurrección. Que lección tan maravillosa para que cada uno de nosotros asimilemos este ejemplo y la presencia del Señor resucitado transforme también nuestras vidas hacia ese mismo proceso de amor y fe al Señor.
En este día celebra la Iglesia también la advocación al “Señor de la Misericordia”. Buen momento para sentir el gozo del perdón, la bondad y la acogida del Señor. Cristo, marcado por la compasión y la
ternura, nos da ejemplo de perdón que es el cimiento del amor cercano y universal.