“La paz este con ustedes”. Queridos hermanos, seguimos en este tiempo maravilloso de la Pascua. Es este tiempo una mirada a ese éxodo que vivieron nuestros primeros padres, ese paso de una vida vieja a una vida llena de nuevas oportunidades. Creo que nos viene bien seguir luchando por hacer de toda nuestra vida, una paz interior y exterior.
Muchas veces hemos oído hablar que para estar seguros de algo necesitamos pruebas, evidencias, una filmación, etc. Asumo que si estaríamos en el tiempo de Jesús, los selfies hubieran sido de mucha ayuda para retratar todos los acontecimientos pascuales y en especial, para Tomás, aquel que no estuvo presente, y que necesitaba tener a la mano o a la vista las pruebas necesarias para creer que verdaderamente el Señor estuvo en ese lugar con los discípulos. Es curioso que, aún en nuestros días, sigamos necesitando grandes manifestaciones para creer que verdaderamente existe Dios y solo él nos puede ayudar. Para algunas cosas somos muy exigentes, y muy detallistas, para otras cosas que pasan nos hacemos de la vista gorda, nos dejamos llevar solo por lo que todos hacen. Tomás tuvo motivos suficientes para dudar de aquel momento, pero de algo se olvidó: que la promesa de Cristo no culminó en el sepulcro, que no todo quedó en la cruz… hay un segundo paso y definitivo.
El evangelio de este Domingo de la Misericordia, nos presenta no solo la figura de Tomás, sino la sabiduría del Hijo de Dios. “Dichosos los que crean sin haber visto”, esas palabras marcan toda la vida de las primeras comunidades cristianas, creer en el fundamento, en la persona de Cristo, en las enseñanzas de Jesús. Hablamos mucho de los cristianos de la segunda, tercera y cuarta generación, ellos solo tuvieron el testimonio vivo y cualificado de que Cristo era el motivo del inicio de una nueva forma de llegar a Dios, y que Dios era un verdadero Dios misericordioso que no abandona nunca la obra de sus manos.
Es necesario saber equilibrar en este domingo dos cosas: primero, la certeza de que creamos solo con el testimonio coherente y sincero de los que seguimos al Señor, que es lo que verdaderamente mueve toda nuestra fe impulsada gracias a la firmeza de nuestra sincera adhesión al Señor. Segundo, sabernos hijos amados de Dios y que su amor es una unión a su misericordia, que todo lo que nos mueve en este tiempo pascual es la certeza mayor de haber sido salvados por puro amor de Dios.
Queridos hermanos, que estos días posteriores a la octava de pascua, sigan siendo los días más intensos de dar testimonio cualificado a otros hermanos. Que nuestras buenas obras y nuestra fe sólida animen cada vez más a otras generaciones a seguir siguiendo el camino emprendido por muchos desde hace siglos. Recordemos: ya podemos decir muchas cosas, pero si no somos coherentes con nuestra vida, todo lo edificado se viene abajo. “La paz este con ustedes”