Queridos amigos
El evangelio de la travesía del mar de Galilea (Mt 14, 22-33) por los apóstoles, tan llena de peripecias, es como una parábola en acción sobre la iglesia. Conociendo a Mateo y leyendo entre líneas, el relato tiene que ver con las dificultades serias que estaba experimentando la primigenia iglesia cuando Mateo escribe su evangelio -(y que experimenta hoy). La barca en la que van los apóstoles es la iglesia. La travesía del mar, el viaje a buen puerto (el cielo). Las olas encrespadas y los vientos huracanados, son las persecuciones y herejías. Jesús caminando sobre las aguas, es su presencia con nosotros hasta el fin de la historia (Mt 28, 20). Los apóstoles con una fe entre sí y no, es el Pueblo de Dios en marcha, entre vacilaciones, que terminan en adoración al Señor.
Digamos algo de cada una de las dos últimas situaciones, que son como los dos ejes de la iglesia: la presencia activa de Jesús (a través de su Espíritu) y el sentido agónico (en su significado de lucha) de la fe de los apóstoles. Ante todo, la presencia activa de Jesús. Manda a los apóstoles embarcarse y cruzar el mar, mientras Él se queda orando solo en tierra. Uno diría que los abandonó a su suerte -así se sintieron ellos-, pero no fue así. En su oración personal con el Padre, está pensando en ellos, en sus apuros, tanto que deja la oración y va a su encuentro, a ayudarles. (Preguntémonos de pasada si nuestra oración es tan “encarnada” o realista como la de Jesús, y se concreta en resoluciones prácticas. Dejar a Dios (la oración) por Dios (la ayuda al prójimo), como decía S. Vicente de Paul.
Digamos algo sobre el sentido agónico (de lucha) de nuestra fe. Cuando los apóstoles empezaban a saborear el éxito de la multiplicación de los panes, ¡zas!, se les complica la vida: tienen que hacerse solos a la mar, una repentina tormenta empieza a encrespar las olas… Y de repente, un fantasma, alguien como un fantasma caminando sobre el mar hacia ellos. Ni se calmaron cuando Jesús les dijo: “no tengan miedo, soy Yo”.
Es fácil creer en Jesús cuando las cosas marchan bien y nos sentimos a gusto. Lo difícil es creer cuando la dificultad se hace mayor que nuestra confianza en Jesús y sobreviene la noche oscura del alma. Entonces sólo el grito de Pedro -“¡Señor, sálvame!”-, podrá salvarnos. Un grito-oración como el de Pedro o el grito-oración de la Iglesia, que Pedro representa. Será bueno recordar que después de la tormenta viene la calma. Que después de la duda sincera viene la adoración: “en verdad, Jesús, eres Hijo de Dios”