Queridos amigos
Teniendo el Reino de Dios, que el Padre nos ha dado, ¿qué más queremos? Es lo que Jesús nos dice al comienzo del evangelio de hoy (Lc 12, 32-48). Jesús llama cariñosamente “pequeño rebaño” al grupo de sus discípulos, vulnerables e indefensos ante el mundo. Pero no tienen nada (no tenemos) por qué temer. Hay que temer sólo a quien tiene poder para echar al infierno, no a los que sólo matan el cuerpo y después ya no pueden hacer nada más… (Lc 12, 4-5). Por el contrario, tienen (tenemos) que estar contentos y animosos, pues al Padre Dios le ha parecido bien darnos su Reino. ¿Qué más necesitan?, dice Jesús y añade: vendan sus bienes y den limosnas… Pero no nos pide que nos quedemos sin nada, como hizo aquella primera comunidad de Jerusalem (Hech 2,44 s), que después lo pasó tan mal.
Lo que sigue en el evangelio tiene que ver con este Reino, que el Padre nos ha dado. El primer párrafo (Lc 12, 33-34) aclara lo de la primacía del Reino de Dios: es lo máximo y debemos poner en él cuanto tenemos -jugarnos la vida por el Reino. Nuestro corazón está donde está nuestro tesoro, es un dicho de Jesús que debe cuestionarnos y hacer que pongamos nuestro corazón en Dios, en su Reino. Las tres parábolas que vienen a continuación describen tres de las actitudes que hemos de tener para entrar en el Reino. La parábola de la boda (Lc 12, 35-38) nos invita a vivir en activa espera; la del ladrón (Lc 12, 39-40), a no dejar que nos roben el Reino -(la esperanza, diría el Papa Francisco); y la del administrador (Lc 12, 42-48), a cuidar las personas y cosas con fidelidad y solicitud.
Con matices distintos (estar alertas, preparados, y ser solícitos y fieles), las tres parábolas son una exhortación a la vigilancia ante lo imprevisible. La espera activa que Jesús nos pide, implica estar siempre vigilantes y constructivos, para que cuando el Señor venga nos encuentre “despiertos”. ¡Cuán lejos de la actitud de quienes simplemente se sientan a esperar, a ver cuándo el Reino de Dios llega! Lo que se nos pide es: apresurar y hasta anticipar su venida, haciendo que los valores del Reino (paz, unión, amor, bienestar, libertad…), sean ya una realidad, aquí y ahora.
Sin duda, la parábola del administrador fiel y solícito es la más elaborada y, de alguna manera incluye a las dos primeras. Huelga comentarla, pero sí les invito a releer sus dos conclusiones (Lc 12, 47 y 48), de las cuales copio la última: a quien se le dio mucho se le exigirá mucho; y a quien se le encomendó mucho se le pedirá mucho más. Es cierto, pero también lo es que recibirá un mayor honor y premio (Mt 15, 21)