El evangelio de este domingo nos presenta al Señor Jesús reunido con los judíos quienes no logran comprender lo que acaban de escuchar de labios del Señor “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y es que la experiencia de estas personas no pasa más allá de los hechos concretos de la vida diaria por lo que se dicen entre ellos es “¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Su falta de experiencia les ha llevado a no comprender como el Señor Jesús puede llegar a ser “el pan bajado del cielo”.
De ahí que el Señor Jesús vuelva a insistir diciendo “Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.” Con lo que hace notar la diferencia que hay entre el maná (¿QUÉ ES ESTO?), al que Moisés se refirió como el pan bajado del cielo, y Él de quien afirma que es el pan bajado del cielo; esa diferencia sustancial está en el efecto que produce cada uno de estos panes, quienes comieron el maná murieron posteriormente y quien coma el pan que el señor ofrece no muere.
Hecha esta diferenciación el señor Jesús vuelve a afirmar de sí mismo, como para que no quede ninguna duda, “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.”
Con lo que quedan aclaradas dos cosas: que Él es el pan vivo que ha bajado del cielo y que el efecto que produce en quien lo come es que vivirá para siempre.
Y termina el evangelio de este domingo donde el Señor Jesús aclara a los presentes en que consiste el pan que él les dará:
“Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».”
Pidamos al Señor Jesús que también nosotros lleguemos a comprender cómo y de qué manera Él es para nosotros alimento que baja del cielo para que tengamos vida y que nosotros conociendo más y mejor valoremos este alimento ofrecido y lo busquemos para comerlo y así no experimentemos la muerte.