Un domingo más el evangelista San Lucas nos sorprende con una enseñanza de palpitante actualidad: la relativización de los bienes y de las cosas materiales en comparación con otros valores que debemos cultivar y profundizar. Hoy la sociedad de consumo nos influye tan decisivamente que tratamos de conseguir todo aquello que nos apetece aun a costa de ser muchas veces innecesario y superfluo.
En realidad todo gira en torno a una temática de que se encuentra en el capítulo 12 de San Lucas donde el Señor, dirigiéndose a sus discípulos, les habla sobre el peligro de las riquezas, la actitud de vigilancia y precaución que debemos a dar a nuestras vidas, la confianza en el Padre para superar nuestro miedos e inseguridades…
En el tema concreto que nos compete en este evangelio, el Señor quiere dar el verdadero sentido a la disposición y utilización de los bienes como medio para mejorar nuestra maduración personal, el sentido de solidaridad y caridad que debemos dar a nuestra vida. Las propiedades no son para uso exclusivo de nosotros sino como un bien que es necesario compartir y ponerlo al servicio de los demás. Jesús trata de responder a un joven, probablemente hijo menor, que quiere también él beneficiarse del reparto de su Padre, ya que según la mentalidad judía de entonces, la mayor parte de la herencia recaía en la primogenitura. De lo que se trata es de valorar en su justa medida el sentido de los bienes y riqueza tanto cuando ya se poseen como cuando se aspira a poseerlos. Porque puede existir que no haya recta intención en la consecución de las aspiraciones materiales y, cuando ya se tienen, se cae en la misma tentación que cuando no se tenían. No se puede dejar atrapar por el deseo desmesurado de conseguir riquezas, mucho menos sin importar los medios, porque la mente y el corazón estarán siempre en esa misma orientación. Siempre será necesario satisfacer lo imprescindible pero cuando pasamos ese listón nos hacemos esclavos de una cadena necesidades que nunca se agotan con el tiempo y que son incompatibles para el cultivo de otros valores de sensibilidad social hasta espirituales.
Los bienes no lo son todo, porque la vida es pasajera. Poner la confianza en las riquezas no garantiza la vida plena, como anteriormente ha recordado Jesús. Este hombre rico no es insensato porque tenga muchos bienes, sino porque ha olvidado que quien sustenta la vida es Dios y no las cosas. No se trata de tener muchas riquezas, que conducen al egoísmo y la insolidaridad, sino en ser rico ante Dios, en su amor y misericordia
El evangelio de hoy nos invita a apostar por la vida, sin conformismos ni resignación, incluso en los aspectos materiales, pero a la vez, sin pretensiones y objetivos tan elevados en la consecución de los mismos, que no nos dejen vivir el presente con libertad y tranquilidad. El sentido del desprendimiento, de la austeridad de la vida, de no compararnos con los que otros tienen para no sentirnos acomplejados, el tener una mentalidad madura y equilibrada pasa saber que el corazón del hombre es insaciable y nunca se puede conseguir todo lo que se pretende en el ámbito material… serán criterios a tener presente para vivir en permanente estado de alegría y de paz.