El evangelio del domingo pasado nos presentaba al Señor realizando el signo milagroso de la multiplicación de los panes para saciar el hambre de las personas que disfrutaban con el mensaje que les anunciaba. Hoy el Señor, para quien lo busca y escucha, les manifiesta que Él es el pan de vida (Jn. 6,35) y el que acude a su presencia no pasará hambre ni sed.
Jesús les recuerda que lo esencial en Él no es saciar el hambre material, aunque desea que nadie pase hambre, sino que trae algo más importante y definitivo: la Palabra salvadora de Dios que es el único alimento que puede saciar definitivamente el corazón del hombre.
Este evangelio nos sitúa y confronta ante nuestra propia realidad social. Creemos que cualquier cosa, incluso hasta la más superficial, puede satisfacer y saciar nuestras necesidades y como no lo conseguimos nos sentimos vacíos, resignados y pesimistas. La sociedad de consumo nos influye decisivamente, nos manipula y caemos en la tentación de adquirir muchas cosas innecesarias que nos alienan y no nos permiten madurar como personas.
“No trabajen para el alimento que perece sino por el que perdura dando vida” (Jn. 6,27). Hay un trabajo que Dios quiere, que interesa al hombre de manera especial y que nos permite acceder al verdadero sentido de la vida. Consiste en descubrir las prioridades de la vida, lo esencial que ésta contiene, el proyecto que viene de Dios y que es el verdadero “pan” de vida. La atención a los asuntos familiares, el desarrollo del trabajo realizado con entusiasmo y gratitud, el equilibrio interior son manifestaciones de una vida auténtica. No basta con satisfacer las necesidades materiales, el cultivo de otros valores será imprescindible para nuestro desarrollo y maduración personal.
Jesús diariamente en la Eucaristía se nos ofrece como el pan de vida. Escuchar y compartir la Palabra, asimilarla en la interioridad de nuestro corazón, alimentarnos con el Cuerpo del Señor para nutrir nuestra fe, serán momentos decisivos para reconocer la presencia amorosa del Señor. El gesto Eucarístico nos permite extender el amor del Señor a nuestras relaciones interpersonales para que toda nuestra vida esté marcada por la alegría de sentir que el Señor nos acompaña en nuestro diario caminar. El pan que Jesús anuncia y trae da vida eterna, el pan de la esperanza que jamás muere.