El evangelio de hoy nos presenta el conocido pasaje del milagro de la multiplicación de los panes (Jn. 6, 1-15). Es un canto a la solidaridad, compasión, ternura y sensibilidad del Señor. Mucha gente sigue a Jesús porque desea conocer su doctrina. Atraídos por la fama de sus prodigios, todos quieren que cure sus enfermedades y les dé la paz que necesitan. El Señor se apiada de ellos y los alimenta.
Destaca la primera reacción de los discípulos cuando el Señor les manda que dieran de comer. Al principio eluden la responsabilidad porque les resultaba imposible satisfacer esa petición. Sin embargo, se dan cuenta que la iniciativa y la creatividad es más fuerte que sus propios temores y, aceptando el reto con la ayuda milagrosa del Señor, logran salir airosos de la situación. La compasión y la solidaridad están por encima de las dificultades cuando el corazón generoso y la mente dispuesta se ofrecen para ayudar a los demás.
Aunque no siempre, en muchos momentos se ha asociado este pasaje de la multiplicación de los panes con la Eucaristía. De esta manera pasamos del signo material y humano, el pan, al signo espiritual de la Eucaristía como alimento del Cuerpo de Cristo. Se acercaba la Pascua y el Señor adelanta el sentido que le iba a dar a esta fiesta como acción de gracias y encuentro con Dios y con los hombres. Si sentimos necesidad del pan material también tendremos que buscar con ansia el propio Cuerpo de Cristo que se nos ofrece como alimento para nutrir nuestra fe y para adherirnos plenamente a su pasión, muerte y resurrección.
Solidaridad-amor y Eucaristía se identifican. No pueden caminar separadas. Sería contradictorio e injusto pretender compartir la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a las necesidades de los demás. El pan y los peces, según el texto evangélico, no están para satisfacer necesidades personales sino para compartirlos con los otros.
La contribución solidaria, por pequeña que sea, cinco panes y dos peces no parecía nada para tanta gente, puede ser una fuente inagotable de bondad y ternura. Estamos llamados a gestos sencillos pero significativos que demuestren la presencia amorosa de Cristo en nuestro actuar diario. Solamente así descubriremos la fuerza de la solidaridad y el pan eucarístico en nuestro diario caminar.