LA FE TIENE UN PRECIO INCALCULABLE

¿Saben? A Jesús tenemos que agradecerle mucho, no se imaginan cuánto. Nos regala: la paz, la vida, la esperanza, la familia, la vocación, la misión de anunciar su amor a otros, nos regala la Iglesia, los sacramentos, nos regala su perdón, su bondad, las ganas de vivir, nos regala la creación, nuestra vida misma, el aire que respiramos, nos da la ciencia o la sabiduría para afrontar la vida con más esperanza e ilusión, nos regala a su Madre, a los santos que son nuestros hermanos mayores en la fe, etc. No terminaríamos de hablar cuántas son las razones de por qué tenemos que darle gracias a Dios por ser tan bueno con nosotros: “Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu nombre, Oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad…Tus acciones son mi alegría…” (nos cuenta el Salmo 91). Y el salmo de hoy dirá: “Que tu bondad me consuele” (Salmo 118). Tanta bondad de Dios, hace que nuestra vida se consuele.

Salomón, cuyo personaje aparece en la primera lectura (1Ry.3,5.7-12) se caracteriza por algo muy especial: su fe sencilla, buena y de mucha esperanza. Delante de Dios, no puede ocultar el cariño que le tiene porque siempre se ha mostrado bueno con él: “pídeme lo que quieras”. Dios se pasa de bueno que se fija siempre en los que no dudan, ni cuestionan. No pidió grandes cosas, sólo desde su sencillez, pidió: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Salomón valoró la iniciativa de Dios, se fió de Él, confió ciegamente, no titubeó. ¿Saben cuán sencilla se puede hacer nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra vocación, nuestra Iglesia, el mundo mismo si sabemos valorar a Dios y lo que él nos regala? ¿Soy consciente de ello? Somos nosotros mismos los que complicamos las cosas. Dios no se complica, simplemente ama y espera que amemos a la manera de Él, y no a nuestra manera.

San Pablo confirma esto, en la segunda lectura (Rom.8, 28-30), cuando dice que: “todo contribuye para bien de los que aman a Dios”. Todo lo dispone el Señor para nuestro bien. Todo lo que pueda pasarnos de bueno o de menos bueno, puede ser que sea para purificar nuestra vida, acercarnos con más libertad a Dios, abandonarnos más y más a él que todo lo puede y todo lo hace bien, y para volvernos para Dios (eso se llama conversión).

Son 4 las parábolas que se juntan en el evangelio de hoy (Mt.13, 44-52). Una vez más Jesús hace comparaciones. Compara, esta vez, el reino de Dios con: un tesoro escondido, un comerciante que busca perlas finas, una red que se echa al mar y por último con un dueño de casa (padre de familia).

Una vez vino un sacerdote de Roma a visitar una parroquia. Todos acudieron a la Santa Misa que él celebraba, algunos les había llegado la información que este sacerdote tenía fama de santo. Al terminar la celebración, los feligreses pasaron al salón que se dispuso para poder saludarlo. El salón, a pesar de ser grande, no se podía ni pasar, por haber mucha gente que se acercaba a saludarlo. Trasmitía una paz muy especial, su mirada no era la de él, sino la de Jesús, sus gestos no eran suyos sino los de Jesús. De pronto, de entre esas personas se acerca una pareja de esposos jóvenes, con sus 2 pequeños hijos. A ellos los saludó de una manera normal, cordial. ¿Saben cómo les saludó a sus hijos?: primero se puso de rodillas delante de ellos, luego les dio un beso en la frente, y para terminar les bendijo también la frente.

¿Se puede comprar el amor? ¿Se puede comprar la bondad? ¿Se puede comprar la mirada de Dios y tenerla guardada en casa? ¿Se puede comprar la esperanza? Aquel sacerdote de la historia de la vida real “no se quedó callado”, no guardó en su corazón la fe que recibió en su bautismo, simplemente la hizo vida. ¿Cuidas tu vida de fe o la maltratas? ¿Te dejas confundir por doctrinas contrarias a la fe auténtica venida de los apóstoles? ¿Te vas a quedar “callado” viendo que mucha gente necesita de Dios y su amor para poder salir a su encuentro?

¿Sabes? La fe tiene un precio incalculable y su amor y su gracia también. De ahí la necesidad de cuidarlos, encaminarlos, fortalecerlos, purificarlos para darlos a conocer (Hch.4,20; 1Cor.9,16).

Con mi bendición.

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