Recibir a Dios en casa y escucharle
¿Cuántos de nosotros quisiéramos que Dios visite nuestra casa? Miremos esta historia.
“Eduardo, Eduardo, te quiero dar una gran noticia: mañana tu tía Matilde Segunda vendrá a visitarnos luego de muchos años, ve y habla con tu madre para que preparen esa visita, yo me encargo de avisarle al resto de tus hermanos. Toda la familia saltaba de alegría, cantaba, bailaba en casa mientras la ordenaban. Algunos vecinos de ese lugar se quedaron extrañados de por qué tanto movimiento en esa casa, y de por qué tanta alegría desbordante. La alegría se apoderó tanto de todos ellos, que hasta ni durmieron por esperar a la tía Matilde Segunda.
A primera hora de la mañana del día siguiente, vieron a lo lejos que venía una persona, y la pequeña paula (hermana menor) salió a la calle y divisó a la tía. Fue tanta la alegría que desbordaba que gritaba, mientras corría a abrazarla: “llegó la tía Matilde, la tía Matilde Segunda llegó con, llegó la alegría a nuestra casa”. Toda la familia se puso a la puerta de la casa para recibirla con lágrimas en los ojos y con el corazón lleno de gozo”.
¿Qué provoca una visita de Dios, y cómo reaccionaríamos? Que el corazón se llene de alegría (cf.Lc.1,44), a tal punto que hace exclamar por todos los vientos que nunca se valla de Dios de nuestra casa. Ese fue el caso de Abraham: “Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo” (Gen.18,1-10). Le dio tantas atenciones Abraham a Dios, que hizo su mayor esfuerzo para darle de comer, atenderle bien que involucró a su propia esposa y al resto de su familia para que le dieran de comer a Dios. ¿Cuánto me esfuerzo para estar más cerca a Dios y recibirle en mi casa, en mi corazón, en mi familia, en mi diario vivir?, ¿o es que hago el esfuerzo para alejarme de Él?, ¿corro siempre a encontrarme con Dios? (cf.Filp.3,14), ¿animo a otros a hacerlo?
El salmista se pregunta, hoy: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu casa?” (Salmo 14). ¿Creemos que todos podemos estar junto a Dios? El salmista nos da algunas pautas, a manera de exigencia: proceder con honradez en la vida, practicar la justicia, tener intenciones leales, no chismosear o calumniar con la lengua, no hacer mal al prójimo, etc. Sólo así, termina el salmo, no fallaremos. ¿Qué te parece?
Ese es Dios, que tiene rostro humano, y es Jesús, a quien adoramos y doblamos nuestras rodillas (Jn.4,23; Filp.2,10). Es para todos nosotros, fuente de esperanza: “Cristo es para ustedes la esperanza de la gloria” (Col.1,24-28). ¿Sabes? Dios no falla, Él desea entrar en nuestra vida, en cada uno y en todos.
Marta, según el evangelio de hoy, recibió a Jesús en su casa, y Marta en esa misma casa, se puso a los pies de Jesús para escucharle (Lc.10,38-42). Cuando yo le recibo a Jesús en mi casa, le estoy diciendo: quiero que Tú, y no otro, reine en este hogar; quiero que la paz y no la guerra o división reinen para siempre aquí; quiero que el amor y no el rencor o el odio se apoderen de cada uno de nosotros. Si yo me pongo a los pies de Jesús, con ese gesto le estoy diciendo a Él: mi vida y la de toda mi familia te pertenece, queremos que tu salvación llegue aquí también (cf.Lc.19,9). Sólo así podré escucharle para obrar rectamente bien, aun sabiendo que soy de barro, pero Dios es el Único Alfarero, capaz de moldear mi vida misma y la de todos.
Ojalá que tú, yo y todos podamos escoger a Jesús y no a otro. Que todos hagamos un esfuerzo de recibirle en nuestra casa (nuestro corazón, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras comunidades) para escucharle y experimentar su salvación cada día. El grito esperanzador lo dio Benedicto XVI, cuando en Colonia (Alemania) le dijo a los jóvenes del mundo entero: “La Única oferta que nos hace felices y que nos da Salvación es Jesús”. Con Él no tenemos nada que perder.
Con mi bendición.