El evangelio del día de hoy narra una necesidad muy humana para desarrollarnos como personas en equilibrio y armonía: el descanso. Los discípulos venían de una experiencia de misión que había supuesto para ellos trabajo y preocupación y, sobre todo, multitud de anécdotas. Necesitaban narrar y compartir todo lo que habían vivido; sentir el calor del diálogo y de la vuelta a casa; pulsar y valorar las sensaciones de los demás para enriquecerse con experiencias nuevas y enriquecedoras; reemprender la vida con la alegría del reencuentro.
Vivimos en una sociedad marcada por el activismo y la dispersión. Las prisas y la ansiedad nos presionan de tal manera que ahogan el cultivo del espíritu, del valor de las cosas sencillas, de la necesidad del sano esparcimiento. El descanso, bien entendido y bien practicado, no es tiempo muerto, es liberación, desconexión de la rutina y de las preocupaciones de la vida diaria para dar sentido y revitalizar lo que hacemos.
El Señor sintió necesidad de descansar y por eso “escogió un lugar apartado y tranquilo” (Mc. 6, 30). Quiso compartir con sus discípulos los acontecimientos habituales del día. Escuchar con calma, expresar sus decisiones y sentimientos, expresar los momentos de alegría y tristeza.
Necesitamos descansar para encontrarnos con nosotros mismos. Los agobios de la vida nos impiden respirar con calma, oxigenarnos, evaluar nuestras acciones y actitudes. Es imprescindible “huir” del ruido, adentrarse en el silencio, sentirse para encontrarse.
Descansar para encontrarse con Dios. Jesús se retiraba con frecuencia a la soledad del desierto, a la cima de la montaña. Dios nos escucha, nos llama, nos anima. Conseguimos la calma, la armonía interior. Nos lleva a fortalecer nuestro espíritu.
Descansar para recuperar la capacidad crítica positiva ante nosotros mismos, ante nuestra relación con los demás, ante lo que hacemos. Descansar para renovar y purificar nuestra vida.
Descansar para impulsar nuestra capacidad de amar, de servicio a los demás, para dignificar el trabajo y darle sentido. El que descansa de
verdad vuelve con mayores bríos a sus propias responsabilidades y exigencias.