El evangelio del día de hoy adquiere un talante claramente misionero. El Señor se da cuenta que además de predicar la instauración del Reino de Dios debe ofrecer a sus discípulos y a otras personas que le escuchaban la posibilidad de anunciar lo que estaban experimentando, aprendiendo y viviendo a la sombre de su Maestro. Tiene que realizar esta misión desde el propio testimonio de vida, con humildad y sencillez, con audacia y valentía, sin presunciones ni imposiciones, con capacidad de escucha, llevando la paz y la esperanza a las personas que siente necesidad de escuchar la Buena Noticia. Envía a “setenta y dos” como un número absoluto y universal en la Biblia para que entendieran los misioneros que su enseñanza es universal desde el espíritu de conversión y de cambio interior que se debe fomentar en los corazones de los oyentes. El envío es comunitario, por lo menos de dos componentes paras que valoren el sentido de corresponsabilidad, de ayudas mutuas subsidiarias porque la recepción del Evangelio no iba a ser fácil e iban a experimentar la indiferencia, incomprensión y hasta rechazo en diferentes ambientes y necesitarían mucha fuerza interior, motivación y convicciones fuertes para superar esas resistencias.
La esencia temática de la predicación que les recomienda en el Señor es, en primer lugar, el anuncio de la paz. Una paz interior que implique esfuerzo constante por serenidad interior, por calma para afrontar las decisiones con mayores posibilidades de acierto y para mantener unas relaciones interpersonales con madurez, abiertos a la valoración de las opiniones de los demás. También preocupación constante por la paz social que implique un compromiso de exigencia personal por superar los problemas de inseguridad violencia y odio que se enquistan en nuestra vida y que, en muchas ocasiones, depende de nosotros mismos aportar nuestro granito de arena para superarlos.
En segundo lugar, el Señor exhorta a sus discípulos que lleven palabras de consolación y esperanza a las personas que encuentren en los caminos y en los hogares, especialmente a los enfermos y a los que se sienten tristes o marginados por cualquier situación física, anímica o espiritual. Efectivamente en la pedagogía de la evangelización integral nunca puede faltar las palabras, los signos o gestos de consuelo, de misericordia y de perdón.
El evangelio de este domingo concluye con la alegría que sienten los “setenta y dos” al volver de su misión. No existe mayor felicidad que compartir las experiencias vividas tan diferentes y tan enriquecedoras. Siempre se aprende más de lo que se recibe que de lo que se da. No hay mayor alegría y felicidad que llevar la paz, la esperanza, la consolación, a aquellas personas ávidas y con sed de encontrar alivio y serenidad en sus vidas. Puede haber indiferencia, incomprensión y hasta rechazo al mensaje del Señor pero aunque sea un número reducido los que creen y mantienen fidelidad a esa palabra habrá merecido la pena anunciar los valores de la instauración del Reino de Dios. El mensaje aprendido siguiendo al Señor no es solamente para el ejercicio de la santidad personal sino también para ser luz de transmisión para todos los que escuchan y sienten sed de alimentarse de la misma espiritualidad que se vive y se siente.