DIOS SALE A NUESTRO ENCUENTRO PORQUE AMA

En la parroquia de un pueblo cerca de la ciudad, se organizó una misión. La tarea misionera era: decir a cada persona “Dios te ama, confía en Él”. Cada misionero al llegar a cada casa de esa comunidad repetía amablemente esa frase.

Un misionero llegó a la casa de una señora ciega que era anciana y que vivía con su hija sordomuda. Cuando tocó la puerta de esa casa, aquella señora le salió al encuentro junto con su hija. Al repetir aquella frase, su lengua empezó a trabarse. Con una sonrisa sencilla, aquella anciana afirmó: “lo sé porque llegaste tú y mientras hablamos me estás regalando una botella de agua que hace tiempo no la tomábamos.

Ah, a ti también hijo amado de Dios, te ama “el Papá del cielo” (señalando con su dedo al cielo).

¿Cuántos nos atrevemos a confiar en Dios? El sale a nuestro encuentro y según Zacarías debemos de gritar de alegría por esa llegada o encuentro de Dios: “Alégrate mucha hija de Sión. Grita de júbilo, hija de Jerusalén, mira a tu Rey que viene a ti” (Zac.9,9-10). Hay muchas razones para ello, desde el salmo 144 de hoy Dios: “es bondadoso, compasivo, lento para enojarse, de gran misericordia, bueno con todos”.

Si no le abro a Dios la puerta de mi corazón, de mi vida, de mi familia, de mi comunidad, de mi salud, de mi trabajo, del perdón, nada tendrá sentido. Hoy mucha gente prescinde de Dios, y eso es triste saberlo y doblemente triste comprobarlo. Ya no cuenta para nada, hay otras prioridades, otros “dioses”, confío en aquello que “me hace feliz” temporalmente, etc. San Pablo tiene esto claro: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo; si ustedes viven según la carne, morirán” (Rom.8,9.11-13).

Hoy Mateo nos presenta en su evangelio (11,25-30) a un Jesús que ora a su Padre dándole gracias y afirmando que todos los secretos del reino se los revela, no a los “sabios y prudentes”, sino a los sencillos, a “los pobres de espíritu” (Mt.5,1-3). Que todo amor, bondad, ternura, gracia, se lo regala su Padre. Que podemos confiar en Él que todo lo puede y todo lo hace bien. ¿Estamos cansados? ¿Sin fuerzas? ¿Sin ganas de avanzar o de vivir? ¿Nos desanimamos muchos por todo lo que podamos estar viviendo actualmente? Acudamos a Jesús que hoy se atreve a decir, a manera de reto, que puede “aliviar”, “sanar”, “redimir” si es que vamos a su encuentro, si es que nos acercamos a Él: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su descanso”.

Él es capaz de abrirnos sus brazos y darnos el consuelo que necesita nuestra alma. Su corazón siempre late de amor por la humanidad, siempre. Nunca se cansa de amar y de ofrecer amor, e invita para hacer lo mismo; como tampoco se cansa por el amor que nos tiene, en pedirnos y exigirnos conversión (cf.Mc.1,15; Lc.5,38).

Hoy el mundo necesita a gritos salvación, hay gente que ya lo grita fuertemente y quizás no es escuchada. Tarea para toda la Iglesia: presentar siempre a un Jesús cercano, amigo, lleno de amor apasionado por la humanidad y que sale a su encuentro, que es capaz de escuchar el grito de todos y de cada uno, y que nos invita a convertirnos. Él es el autor de la salvación y no otro, fue el grito esperanzador que presentó el Papa Benedicto XVI en colonia (Alemania) a más de un millón de jóvenes de todo el mundo: “En el mundo hay muchas ofertas de salvación. La única oferta que nos da la salvación y que nos hace felices es Jesús”.

Fe es confiar en Dios y obrar como Él nos pide, porque “sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb.11,6).

Dios sale a nuestro. ¿Le abriremos la puerta para que entre? (cf.Lc.19,1-10; Ap.3,20). No le cerremos la puerta. Él sale a nuestro encuentro porque nos ama, porque desea prolongar su favor (amor) para con todos (cf.Jer.31,3).

Con mi bendición.

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