¿Aceptamos o rechazamos a Jesús?
Amigo Jesús estamos aquí otra vez en tu presencia, en tu día domingo. ¿Sabes Jesús? Muchas veces pasas por nuestra vida y a veces no queremos darnos cuenta, somos indiferentes, a veces necios, ciegos, pasas y te damos la espalda. Cuando algo “bonito” nos pasa, por unos instantes podemos hasta ser muy religiosos, pero esa emoción se acaba pronto. Cuestionamos todo lo que Tú haces y dices, y a veces sin fundamento. Porque algo malo nos pasa, queremos tirar la toalla y dudamos de tú estás en medio de nosotros en cada palabra de aliento y de esperanza, en cada corrección fraterna, en cada sacramento, en cada mensaje que otro en nombre tuyo da, pero no te queremos reconocer, perdónanos Jesús. Ayúdanos a aceptarte siempre y nunca rechazar la oferta de salvación que nos haces cada día de nuestra vida. Amén.
Ezequiel tuvo la misión de ir a los israelitas pero con un panorama muy particular: “yo te envío…a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el día de hoy” (Ez.2,2-5).
Cuando salimos, en el nombre del Señor (cf.Col.3,17), al encuentro de los demás (en una charla, en un curso, en unas misiones, en una jornada, en una celebración litúrgica, etc) encontramos normalmente tres respuestas o actitudes: unos que aceptan todo, otros que rechazan y otros que son “indiferentes”. ¿De qué lado estoy?, ¿cuál es mi actitud?, ¿cuestiono, rechazo, acepto o soy indiferente al actuar de Dios? ¿Cuántas veces ha pasado y pasa Dios por nuestra vida, y cuántas de esas veces “se nota” que Dios ha estado y está en nosotros?
Pero el misionero-a, el que quiere seguir a Jesús no se debe desanimar ante cualquier panorama adverso, porque Dios nos podrá decir como a San Pablo: “Te basta mi gracia, la fuerza se manifiesta en la debilidad” (2Cor.12,7b-10). Nunca estamos solos en la tarea misionera de dar a conocer el amor redentor de Jesús. Necesitamos, por tanto, perseverar. No nos cansemos de hablar de Dios y de testimoniarle, porque para eso hemos sido llamados (cf.Hch.1,8).
No le entendieron a Jesús. Él dio muchas signos para poder creer en Él (la sanación de la hemorroísa, el ánimo de Fe que le dio a Jairo y la resucitación de su hija – Marcos 5,22-43), pero cuestionaron su actuar: “¿De dónde saca todo eso?…¿y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el hijo del carpintero?…” (Mc.6,1-6). Otra vez, para meditar, podemos preguntar: ¿de qué lado estoy?, ¿mi actitud será la misma de la gente cercana a Jesús? A ellos se les predicó con hechos y palabras el amor redentor del maestro, pero Jesús “se maravillaba de su falta de fe”.
¿Acaso debo esperar uno o muchos milagros de Jesús para poder creer en Él?, ¿y si Dios no me los concede, pierdo la fe?, ¿necesito de signos “externos” para llegar a ese objetivo de creer en Dios?
Necesitamos, hoy más que nunca, afianzar nuestra vida de relación con Dios para que Él haga su obra en nuestra vida. Hagamos un esfuerzo de aceptar a Jesús en nuestra vida y eso se notará cada día más en nosotros.
No es suficiente creer en Dios, es necesario creerle a Él para obrar como Él siempre pide: haciendo su voluntad (cf.Lc.1,38; Stgo.2,14-18). La fe es relación con Dios, no es sentimientos, eso es pasajero; la fe es certeza de un Dios que siempre habla, escucha y actúa.
Que así sea.
Con mi bendición.