¡¿Quién es este Jesús?! ¡¿De dónde le viene todo lo que sabe y hace?! (Mc 6,2), es la pregunta que se hicieron sus paisanos de Nazaret, asombrados ante la sabiduría con la que hablaba y los milagros que hacía. ¡¿Quién es Jesús?! es la pregunta que Marcos quiere que nos hagamos todos, personas y grupos. Pero no teóricamente, de memoria, sino de verdad, interpelados, cuestionados, conmocionados por Jesús, hasta que nos demos una respuesta que cambie nuestras vidas; que nos lleve a tomar partido: por Él o contra Él. No se admiten neutrales (Mt 12, 30).
Lo que, en el evangelio de hoy (Mc 6, 1-6), nos cuenta Marcos de la visita de Jesús a su pueblo Nazaret, es un ejemplo de lo que les digo. Jesús quiso dar a su pueblo, personalmente, la primicia sobre quién de verdad era Él, y allí se fue, acompañado de los Doce. La fama de que era un Gran Profeta y de que hacía milagros, había llegado al pueblo hacía ya tiempo y lo había dividido en dos bandos: “los en contra” de Jesús y “los a favor” (sus parientes con María a la cabeza).
“Pueblo chico, infierno grande”, es lo que resultó ser Nazaret. Aquí y ahora, yo quiero referirme sólo a la reacción del bando de los no creyentes en Jesús y cómo se convierten pronto en fanáticos y violentistas. En este caso, quisieron matar a Jesús, tirándolo barranco abajo. Pero Él “pasó por entre medio de ellos y se fue” (Lc 4, 29-30). Los argumentos de los no-creyentes, si se los puede llamar argumentos, se reducen a uno: ¡Esto no puede ser y además es imposible! No les cabe en la cabeza lo que están viendo y oyendo! “¡¿De dónde le viene todo esto?!
Le han visto crecer y hacerse un adulto joven de 30 años, acompañando a su madre María y relacionándose con sus primos y primas hermanos, bastante numerosos. Nada muy especial en su vida, salvo su comportamiento siempre correcto, su participación fervorosa y atinada en la sinagoga, los sábados. Pero de aquí a lo que es y hace ahora hay un abismo. ¿Quién le ha enseñado esa sabiduría? ¿Y de dónde ese poder de hacer milagros? No pueden dar crédito a lo que ven. Tiene que haber algún truco…
Es la tragicomedia de los incrédulos de entonces y de los agnósticos y ateos de hoy. Están a un paso de creer, pero no dan el paso. Les falta sólo dar fe a lo que ven…, pero por ceguera espiritual (soberbia y obstinación, muchas veces), prefieren negar la evidencia. Es imposible, dicen. Y como no se lo imaginan o no pueden experimentarlo, no lo creen. ¡Qué pena! ¡No saben lo que se pierden!
Que bien expresado P. Antonio y con qué pocas palabras. Ese es el mal de toda la Historia de la Humanidad: “Ver para creer y si no lo entiendo porque me supera, entonces no creo en ello”. Como usted bien dice, padre, no saben lo que se pierden. Caminar a su lado, escucharle y dejar que él te guíe es la plenitud de felicidad que puede tener cualquier ser humano. Gracias padre por regalarnos su reflexión.