El evangelio de este domingo se caracteriza por la exigencia radical que el Señor impone a sus discípulos. La fidelidad al Señor ha de superar cualquier otra, incluso la familiar porque el proyecto de nuestra vida hunde sus raíces en la llamada y misión de Jesucristo. Una fidelidad que no es perseverancia pasiva y rutinaria sino dinámica y en constante afán de perfección y superación descubriendo, por los signos de los tiempos y, la gracia del Espíritu y el ejercicio de nuestra voluntad, qué estamos dispuestos a ofrecer al Señor. Su persona y el seguimiento desde la fe, que supone confiar en Él, implican que el Señor es el centro y el valor absoluto de la vida de un cristiano. El resto queda atrás en un segundo plano: nuestros intereses y gustos personales, nuestras aspiraciones personales, aunque sean muy loables, deben estar condicionadas y subordinadas al discernimiento personal, a la disponibilidad y acogida del mensaje del Señor, a una priorización de sus actitudes por encima de nuestras pretensiones.
Seguir al Señor supondrá dejar algunos objetivos y proyectos personales, por buenos que sean, cuando descubrimos que el Señor trata de orientarnos por caminos diferentes. Cuanto más nos entreguemos a la causa del evangelio por amor a Dios y a los demás, más perderá terreno e influencia en nosotros ese fondo de egoísmo, de búsqueda de interés personal que todos llevamos dentro. Pero el evangelio claramente nos dice que “perder” nuestra vida desde principios tan fundamentales como el servicio, el amor y la misericordia hacia los demás es, en realidad “encontrarla”.
La cruz de la abnegación y de la renuncia por causas nobles que liberen y ofrezcan servicio a los demás no es pérdida de la felicidad sino asumir la vida por objetivos nobles en beneficio de los demás. Practicar obras de misericordia, ofrecer una mano al que lo necesita, tener capacidad de escucha a personas que viven en el aislamiento y soledad, encontrar espacios y experiencias que generen una calidad de vida superior en personas necesitadas, nos quitarán el tiempo de la diversión superflua, pero nos harán descubrir el rostro de Dios que se encuentra en el mismo rostro del hombre que sufre situaciones de abandono y desconcierto.