El evangelio de este domingo nos presenta al Señor Jesús en su misión de enseñar a sus apóstoles las exigencias sobre el ser y quehacer del creyente.
La primera parte de la enseñanza es una exigencia que si no la entendemos bien, las consecuencias que saquemos de ella pueden ser incluso contrarias a la voluntad de Dios.
Por eso la primera parte de esta enseñanza debemos leerla y comprenderla dentro del “amar a Dios sobre todas las cosas”, pero unido al otro mandamiento que es semejante al primero, amor al prójimo y el amor a uno mismo.
Siempre la primacía de nuestro amor debe estar puesta en el Señor nuestro Dios, pero sin olvidarnos que ese amor siempre nos va a remitir al amor de los hermanos y al amor a nosotros mismos.
En muchas oportunidades me ha tocado escuchar a esposas que suelen decir que han dejado de atender a sus esposos o familias por venir y participar en las actividades que se suelen organizar en las comunidades parroquiales o que sus esposos les reclaman incluso les llegan a decir que mejor que se vayan a vivir en la iglesia ya que no les atienden a ellos, que están descuidando de sus responsabilidades en el hogar.
Además que ellas prefieren venir a la iglesia antes que atender a sus familias.
Y conversando con ellas descubrimos que el asistir a las actividades de la comunidad no pueden afectar la convivencia familiar, más aún en la misión que asumen en la celebración de su matrimonio les hago notar que como esposos ellos deben testimoniar el amor eterno y fiel de Dios por sus hijos o el amor de Cristo por su esposa la Iglesia y si esto es así como entonces puede haber conflicto entre amar a Dios y amar al prójimo, no será que hemos entendido mal la exigencia de este mandamiento al pretender separar lo que el señor Jesús enseño que eran semejantes, es decir, el amor a Dios y el amor al prójimo y el amor a uno mismo.
Lo cierto es que recibir a los demás, el Señor Jesús lo equipara como a recibirlo a Él mismo y más aún lo equipara a recibir a aquel que lo ha enviado, el Padre bueno del cielo. Hacerlo debe estar movido por el amor de Dios y el amor a los demás como el amor a uno mismo tiene su recompensa y está es estar haciendo lo que el Señor nos ha venido a enseñar para vivir como buenos hijo e hijas de Dios.
Hermanos y hermanas hagámoslo así y no perderemos nuestra recompensa, aquella que se nos ofrece como salvación y vida eterna.
PARA USTEDES FAMILIARES Y AMIGOS UN FELIZ INICIO DEL MES DE LAS FIESTAS PATRIAS.
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