FE “vs” LA TEMPESTAD

Hubo una vez en un pueblito lejos de la ciudad, un niño que estaba jugando con otros más: a la pelota, a las canicas, y a correr de un lado a otro. De pronto se tropezó con una piedra y cayó en un hoyo profundo que duraron varias horas para poder sacarlo. Este niño tenía unos 9 años de edad. Cuando los rescatistas lo sacaron de ahí, sus padres con lágrimas en los ojos abrazaron a su hijo y lo condujeron, con los médicos, a un hospital cercano donde le pudieron dar la mejor de las atenciones.

El médico principal pidió hablar a solas con los dos padres. Estos se asustaron, ya que el médico traía unos papeles con los resultados finales. El médico fue directo al tema y sin rodeos dijo: “Señores, tengo el deber de decirles que su hijo ha sufrido serias lesiones internas en buena parte de su cerebro, producto de aquella caída. Les prevengo de que su niño sufrirá al hablar todos los días de su vida”. La mamá tenía una cruz en su pecho, se la quitó para dársela a su hijo, pero antes se dirigió al médico para decirle con el crucifijo en mano: “gracias Doctor, pero quiero que mire a Jesús, él nos va a consolar en estos momentos, porque pondremos a nuestro hijo en manos de Dios”. Se fueron en busca de su hijo. Estos, al llegar a la cama, se pusieron de rodillas, hicieron su oración, entregaron a su hijo a Dios, luego le dijeron al oído: “Hijito de nuestro corazón, no tengas miedo, porque Dios te ama y está contigo”. Al día siguiente, los médicos sorprendidos, luego de unos análisis exhaustivos, se dieron con la sorpresa que el niño no tenía nada.

¿Cómo reaccionas ante uno o un millón de problemas? ¿Y ante una enfermedad? ¿Y ante la muerte de un ser querido? ¿Te desesperas o te da cólera? ¿Dudas de Dios? ¿Quieres acabar con tu vida? ¿No quieres saber ya nada de aquello que te aqueja?

Era al atardecer (o de noche), el viento en contra, el mar en contra, la barca a punto de perecer; todo, sí, todo en contra lo tenían los amigos de Jesús, sus Apóstoles (Mc.4,35-40). Un detalle curioso, que se deja notar en este evangelio, es ver a Jesús que no se desespera, que Él está en la barca: “estaba a popa, dormido sobre un almohadón”. No será que con ese gesto, poco común, Jesús les estaba diciendo a los Apóstoles: ¿por qué se desesperan? A ti hoy también te puede decir lo mismo: no te desesperes, no temas, Yo estoy contigo. Pero sale nuestra humanidad, como el caso de los Apóstoles, le reclamamos a Jesús: “¿no te importa que nos hundamos?”. Cuidado que podemos caer en ese error: de enfrentarnos con Dios mismo cuando dudamos, de rechazar sus promesas cuando dudamos, de rechazar su doctrinan cuando dudamos. ¿Ese quizás, es tu reclamo también? ¿No crees que Jesús puede calmar la tempestad de tu vida, de tu familia, de tu comunidad, de tu corazón? ¿Acaso no crees que Jesús puede cambiar esa desesperanza en esperanza o dudas de que lo haga?

Marcos, en su evangelio, nos muestra a un Jesús lleno de autoridad que es capaz de ordenar al viento y al mar que se calle. Dejemos que Jesús haga ese trabajo en nuestra vida de cada día. Démosle permiso para que ingrese en nuestra vida y la ordene.

El miedo y la falta de fe nos pueden jugar una mala pasada, cuidado. Hoy hay mucha gente, y quizás algunos grupos de personas que nos quieren sembrar miedo por todas partes, “como años anteriores”, usando cualquier incluso cualquier medio. Esos son enemigos de la fe. El miedo y la incredulidad hacen que nuestra vida deje de tener sentido, y que “nuestra fe se debilite”. Jesús llama la atención ante esta actitud: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?”. ¿Cuánta gente hoy en día ha dejado de creer en Dios o de creerle a Él? Como que la tempestad quiere estar en contra de la fe. ¿Cuándo será el día en que nos fiemos más de Jesús? ¿Quizás cuando estemos a punto de morir? Habrá que recordar que: “el que es de Cristo es una criatura nueva” (2Cor.5,14-17). Y que “sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb.11,6). Aquellos papás de la historia pusieron a su hijo en manos de Dios, y Él escuchó su ruego. Fe es relación con Dios (cf.Nvo.Catec.150; Filp.1,21; Jn.15,5). Que nada ni nadie nos robe la fe, que nada ni nadie nos aparte del amor de Dios (cf.Rom8,35-37), que nada ni nadie nos quite la alegría y las ganas de vivir y de obrar conforme a la voluntad de Dios.

Con mi bendición.

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