El evangelio de San Marcos nos presenta en el transcurso de los siguientes domingos algunas parábolas para explicar de forma clara y cercana, desde experiencias habituales, la importancia de la instauración del Reino de Dios en el mundo. Pretenden ser criterios de actuación que nos permitan cimentar nuestra vida desde los valores y principios que predicó Jesucristo para acercar su Reino en medio de nosotros con una pedagogía humilde y profunda para acercar el mensaje al conocimiento de la gente sencilla. San Marcos se fija en un estilo del Señor como observador directo de los acontecimientos de la vida, que se enternece, se admira y hunde su mirada en las necesidades de los demás. Anuncia con sinceridad y transparencia y no teme a las reacciones que su palabra puede provocar.
Hoy nos describe dos parábolas o comparaciones, “La parábola de la semilla que crece sola” y la “del grano de mostaza”. La primera la recoge solamente San Marcos y nos indica que la cosecha es segura, es decir, que la plenitud del Reino de Dios, a pesar de los obstáculos y dificultades, llegará. El Reino de Dios no surge por sorpresa o violentamente. Echada la semilla, germina, crece y madura sin prisa, espontáneamente. Nos damos cuenta que el acento de la parábola es hacernos descubrir el valor de la gracia, del amor de Dios que, aunque necesita nuestra colaboración en cualquier ámbito de la vida, siempre será pequeña en comparación a la influencia divina. Nos invita a valorar y descubrir el sentido auténtico de nuestra vida: la perseverancia para lograr nuestros objetivos y proyectos, la serenidad interior, la paz, el mantenimiento del ritmo adecuado del tiempo sin precipitaciones ni pausas excesivas en el devenir de las actividades sin ansiedades inútiles que impiden un adecuado desarrollo emocional y espiritual.
La segunda parábola, “el grano de mostaza” contiene connotaciones parecidas a la anterior. Nos exhorta a comprender que el activismo exagerado, la búsqueda de los resultados rápidos y sin importar los medios, hundirnos en el pesimismo o en la resignación por la aparente ineficacia de nuestros compromisos, no son buenos síntomas para vivir con paz interior. Por muy insignificantes y pequeños que nos parezcan los resultados en el principio de nuestras acciones, pueden luego sorprendernos favorablemente con la consecución de los hechos. Una actitud humilde y sencilla en el devenir de los acontecimientos, descubrir la bondad de las personas y las situaciones, fomentar nuestra propia autoestima, relativizar las ansiedades del futuro para no sucumbir en nuestros proyectos y vivir la alegría del presente, serán criterios sanos para sentirnos un poco más felices.