Queridos amigos
La parábola del evangelio de hoy (Mc 4, 26-34) es un Canto a la Vida. Habla del hombre que echa una semilla en la tierra y germina y va creciendo y echa tallo, luego espiga y después fruto. Sin que él haga algo ni sepa cómo… ¿No es admirable? Pongamos el caso de un grano de mostaza, que es la semilla más pequeña. Algo se mueve en ella, busca el nutriente del suelo, lo convierte en savia, hace brotar un tallo, le salen ramas y se convierte en la hortaliza más alta, en la que anidan las avecillas del cielo. Jesús contempla admirado la fuerza misteriosa de la vida en el grano de mostaza, y ve en él lo que es el Reino de Dios…
Yo les invito a ver en esa semillita, el millón y más de “semillas” aparentemente inertes e inútiles, pero potencialmente llenas de vida y de sentido. Por ejemplo, una idea, sea la que sea, una palabra, aunque parezca sobrante, un valor (como el honor) y todos los valores, una virtud (como la sencillez) y todas las virtudes, un gesto como el de dar la mano, una oración, etc. A cierta clase de personas (algunos millones), estas como-semillas les parecen inútiles y las desechan, pero están cargadas de fuerza vital, y salen por sus fueros, y animan, empujan, hacen cambiar las cosas, crean formas nuevas, generan progreso y dan felicidad.
Quiero referirme aquí a una semillita en especial, microscópica, la del cigoto humano u óvulo fecundado, que se desarrolla tanto y tan bien en el seno materno que a las 24 horas aproximadamente ya es un embrión, un blastocisto a los 5 días, después de fuertes cambios celulares, que le dan la silueta de un bebé; es feto ya a partir de la octava semana de gestación y así se lo seguirá llamando hasta su nacimiento como bebé entre la 38 y 40 semanas. Se ha nutrido de la tierra madre (seno materno), y seguirá nutriéndose por un tiempo, pero no es la madre, nunca lo ha sido desde la concepción. Desde que es cigoto la semillita es un ser humano autónomo y distinto de la madre; no un producto o un tumor a extirpar. ¡No al aborto!
Desde el Génesis y la Resurrección, la vida y la Vida están en todas partes. La actitud del hombre ante la vida debiera ser la del sembrador que echa la semilla en tierra y la ve crecer y dar fruto. Sin saber por qué, pero confía y duerme tranquilo, pues la fuerza vital que Dios ha puesto en las cosas y en las personas sigue pujando y dando frutos. Claro que tiene que haber dificultades en las cosas y sudor y fatiga en los humanos, pero nunca hasta el pesimismo, la desesperación y el fatalismo. Tenemos que ser positivos y tener fe en Dios que creó el mundo para nuestro bien. Y en Jesucristo que ha vencido al mundo (de la triple concupiscencia) (Jn 16, 33)