RESPONSABILIDAD COMPARTIDA

 

Los relatos de carácter mítico que encontramos en los primeros capítulos del Génesis más que señalarnos la veracidad de tales hechos, retratan simbólicamente las preguntas trascendentales que el hombre se ha hecho, se hace y se hará por siempre. Buscamos la dimensión del sentido antes que la factibilidad de lo sucedido. Así, ante la pregunta por el mal o el pecado, el autor de este relato que escucharemos, subraya la irresponsabilidad del ser humano ante las malas decisiones que toma. El orden instaurado por Dios se rompe por el deseo del hombre de querer ser como Dios. Su osadía le hace irresponsable de sus actos cuando se sabe culpable y solo atina a echarle la carga de la responsabilidad a otros. ¿No solemos hacer eso a menudo? Hay una gran distorsión cuando el ser humano no asume cabalmente las consecuencias de sus actos y esto repercute en sus relaciones con los demás. Aunque la influencia para llegar a este mal acto, según el relato, haya podido ser externa, por medio de la simbología de la serpiente, desde la perspectiva del mundo antiguo, es preciso que el hombre entienda que ha recibido una gracia que debe cuidar y esa es su libertad. De allí, que aparezca de una forma velada, una promesa de lucha constante que conllevará el triunfo de la descendencia del hombre sobre la personificación del mal, aunque este le aceche furtivamente.

Pablo, en la segunda lectura, defiende ante los corintios su apostolado cuestionado por ciertos misioneros que no se sentían cómodos con el liderazgo del apóstol. Pablo, sabe mejor que nadie todo lo que ha sufrido por causa del evangelio y por ello confiesa abiertamente la fe en Cristo resucitado y su esperanza en la vida eterna. Una vez más, la metáfora de la edificación le sirve para hablar de la confianza en la segunda venida del Señor y exhortar a mantenerse en fidelidad a la misión encomendada.

El evangelio está enmarcado por dos alusiones a la familia o paisanos de Jesús. Y lo que se describe en el centro de estas alusiones es el rechazo al ministerio de Jesús por parte de los escribas que cuestionan su proceder, basados en su terquedad y desconfianza. Dios obra a través de su hijo Jesús, pero en vez de que aquellos conocedores de la Escritura proclamen la acción liberadora del Espíritu Santo en los exorcismos que realiza, se niegan rotundamente a considerar en aquel hombre la presencia del poder de Dios. Esto resulta ser la terrible blasfemia contra el Espíritu Santo por la que no serán perdonados, no porque no quiera Dios sino porque no se abren a la misericordia de su perdón y niegan que su acción salvífica pueda llevarse a cabo desde aquel humilde predicador nazareno. Así pues, el tema de la familia de Jesús no es sino, en un primer momento, una llamada de atención a quienes dudaron de la credibilidad de Jesús como difusor del poder de Dios (puesto que lo conocían), pero en un segundo momento, se convierte en la oportunidad de comprender mejor que la dimensión comunitaria de fe debe pasar por el sentido de la familiaridad inclusiva de nueva comunidad de seguidores de Jesús. Puede ser que Marcos este haciendo una crítica a quienes se acercaron a la comunidad primitiva venidos de Galilea reclamando cierta autoridad por sus lazos familiares con Jesús, cuando se entiende que el discipulado es un llamado a formar una comunidad de iguales. Por eso este texto en su parte final, subraya cuál es el criterio para ser parte de la familia de Jesús: el cumplimiento de la voluntad de Dios Padre.

Roguemos a Dios para que nosotros no solo nos sintamos parte de la familia de Jesús, sino que realmente lo demostremos, cumpliendo siempre la voluntad de Dios. Es momento de abrirnos a la acción del Espíritu Santo, desterrando toda terquedad y obstinación y más bien, proclamar vivamente como el salmista: “Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”.

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