¿ESTAR CON DIOS O RECHAZARLO?

¿Sabes? Es muy fácil hoy en día tirar la piedra y esconder la mano. Asistimos a un mundo donde el otro siempre tiene todas las de perder: “Tú tienes la culpa”, “tú hiciste tal o cual cosa mala”, “tú arruinaste todo”, “tú me hiciste daño”, “por tu culpa yo no hice tal cosa”, “tú me quitaste todo y eso no te lo perdono”. También es muy fácil presentarse ante los demás como el “intocable”, o el “yo no fui, fue el otro”, “a mí no me eches la culpa porque fue el que tienes a tu lado”, etc.

Dios nos da la oportunidad de caminar en fe, de ser libres para realizarnos como personas, de evitar el mal o rechazarlo y hacer y promover el bien. Cuando hacemos el mal o vivimos de eso, no nos sentimos bien, y cuando hacemos el bien y vivimos de esa bondad, obviamente nos sentimos bien.

El libro del génesis nos muestra la actitud de Adán, cuando no obedeció a Dios que le prohibía comer del árbol: “¿has comido del árbol que te prohibí comer? El hombre respondió: “la mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él” (Gen.3,9-15). La mujer culpó a la serpiente: “me engañó y comí”. Cada uno es libre para que su vida tenga sentido o sea como un barco sin brújula, de cada uno depende. Cada uno es responsable de lo que dice, hace, piensa y siente.

Pero es bueno recordar que nuestra vida es un tránsito para la vida plena, para la eternidad, para el cielo. A veces no tenemos en cuenta esto y por eso que nuestra vida carece de sentido. Deberíamos creer esta promesa de fe: “quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y junto con ustedes nos llevará a su presencia” (2Cor.4,13-5,1). Cuánta gente pone su “esperanza” en lo material, en las cosas efímeras por no decir pasajeras; deberíamos poner nuestra “Esperanza”, como “edificio construido por Dios que tiene una duración eterna en el cielo”. Cuidado: no nos demos el lujo de olvidar que de Dios venimos y a Dios volvemos, que si escogemos el bien viviremos y si escogemos el mal, moriremos (cf. Dt.30,15-19).

No podían los escribas soportar ver a Jesús y saber de Él que sanaba a los enfermos, expulsaba a los demonios, llamaba a la conversión a todos. Eran capaces hasta de cuestionarlo, restándole autoridad: “tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios” (Mc.3,20-35). Hoy hay gente que hace lo mismo: sabiendo que Dios es Todopoderoso, dudan de su poder; sabiendo que Dios es misericordioso, que nos invita a la conversión y la mayoría no acude a la confesión, es más hasta se podría hasta decir que mucha gente le encanta vivir en pecado, y lo toma como “algo normal”; sabiendo que Jesús está en cada Eucaristía, y que es real, y simplemente no quieren acudir o lo hacen de “vez en cuando”; sabiendo que Él me pide conversión, me excuso de no hacerlo diciendo “yo soy así y nadie me va a cambiar” o “así soy y así moriré”, etc.

El pecado contra el Espíritu Santo que habla Jesús hoy consiste precisamente en lo anterior: yo sé que Dios es misericordioso y dudo de su perdón, sé que Dios me ha prometido la salvación y la rechazo. ¿No será que hayamos perdido el rumbo de la fe? ¿No será que seguiré guiándome por el espíritu del mundo y no por el Espíritu de Dios?

El final del evangelio de hoy, debe sonar a esperanzador: “El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. ¿Queremos ser de “la familia de Jesús”? Ya sabemos por dónde debemos caminar.

Entonces: ¿Estamos con Dios o lo rechazamos?

 

Con mi bendición.

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