Evangelizar, tarea que no podemos renunciar
¿Cuántos católicos “conformistas” hay en el mundo?, ¿cuánta gente hay que justifica su vida de fe de manera “errada”?, ¿cuántas excusas para no hablar de Dios?, ¿tenemos miedo o vergüenza de hablar de Dios a los demás incluso casa por casa?…la lista es larga de preguntas que me vinieron a la mente cuando meditaba en estas lecturas de hoy domingo.
Creo que deberían, meditar, las personas que piensen así, lo que dice Job en su libro: “El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio” (Job 7,1-4.6-7). Quizás todavía no terminamos de entender que estoy aquí en este mundo porque Dios espera mucho de mí, de ti y de todos. Y de ahí el sentido de hacer algo por los demás, que es curioso que siempre lo decimos y no lo vivimos, “hacer algo por los demás”.
La exigencia de dar a conocer el evangelio a los demás, no es sólo “tarea de los curas y monjas o de gente de los grupos de una parroquia”, sino de todos!!! Miremos lo que el mismo San Pablo desde su propia experiencia habla: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ay de mí si no anuncio el Evangelio” (1Cor.9,16-19.22-23). Es un mandato, no es un “si puedes”, el pedido de parte de Jesús de evangelizar: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Mc.16,15-20); “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos” (Mt.28,16-20).
¿No será que nuestra fe “se esté oxidando” cuando no queremos hacer nada por dar a conocer a Jesús a los demás?, ¿seguiré cruzado de brazos? Excusas no las hay. Ni lo económico (porque evangelizar es gratis), ni el tiempo (porque puedo aprovechar donde estoy para hablar de Dios a los demás), ni la poca o nada educación que recibí (porque para hablar de Dios no se necesita “títulos académicos”), etc.
No es suficiente acudir al templo (aunque haya muchos que sí piensen así) para vivir la fe. Jesús hoy nos enseña en el mismo evangelio que es necesario salir: “al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés” (Mc.1,29-39). El misionero se preocupa de entrar, en nombre de Dios, en el corazón de la persona, de acompañarle en sus sufrimientos y esperanzas. Eso es lo que hizo Jesús con Santiago y Juan al ir a cada de Simón y Andrés para curar la fiebre de la suegra de Simón. ¿A quién presentamos cuando evangelizamos?, ¿a Jesús que viene con poder para salvar, consolar, sanar, convertir, liberar?, ¿o nos presentamos a nosotros mismos cuando predicamos?
El misionero, es un hombre y mujer de fe y de oración, capaz de entregar toda la misión al maestro de maestros, que es el mismo Jesús: “se levantó de madrugada, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar”. Pero también el misionero debe evitar “figurar” o “recibir aplausos” o “ser adulado” por lo que hace o dice. Jesús no cayó en ello, se fue “a otra parte” para predicar. Por eso es que llegó hasta Galilea.
Evangelizar es hacer presente el amor salvador de Dios a los demás, es hablar de parte de Dios para que “el mundo crea” (cf.Jn.17), es hablar y actuar en su nombre (Col.3,17). El terreno para hacerlo, ya lo conocemos: el lugar donde vayas y veas necesidad, el trabajo donde estás, el lugar donde estés “de paso”, el lugar donde tu comunidad y/o parroquia se hayan puesto de acuerdo para acudir. El motivo, también lo conocemos: hay muchos pobres que nos esperan, hay mucha gente que no conoce a Dios, hay muchos que viven al margen de la gracia, etc. Las formas de hacerlo, pueden ser muchas y es cuestión de discernir qué es lo mejor para poder llegar a más personas y de una manera efectiva (SVP solía decir que “la caridad es inventiva hasta el infinito”). Los frutos de la evangelización son muchos, y hay que creerlo por fe: conversión, sanación, liberación, perdón, caridad fraterna, ganas de anunciar el amor de Dios a otros, etc.
¿Vez?, no hay excusas para no hacerlo. Que nadie piense que es tarea “de los otros”.
Evangelizar es una tarea que no podemos renunciar. Amén.
Con mi bendición.