¿Qué piensa el “mundo” cuando le pide que tiene que cambiar? Las respuestas son variadas y cuestionantes a la vez: “yo no necesito cambiar”; “Eso es para los que hacen cosas malas”, “yo no hago daño a nadie porque yo no robo, no mato”; “yo soy así y así moriré”, “así me han criado y punto”…y la lista es larga.
Cuando una persona no desea cambiar de actitud es porque la soberbia le ha cegado, es porque prescinde de Dios continuamente, no deja que le toque por su gracia para que le transforme.
Jonás, de parte de Dios, habló a los ninivitas: “Dentro de 40 días Nínive será destruída” (Jonás 3,1-5.10). Dios le habló a toda esta población para que cambie de rumbo, de manera de ser, de pensar, de actuar. Ese mensaje cayó en terreno fértil ya que Nínive se arrepintió, cambió su mala vida, no la destruyó.
¿Qué pasa cuando una persona, comunidad, pueblo o nación no desea cambiar y va como un barco sin brújula? Su vida se arruina, no tiene sentido, se hace mucho, muchísimo daño. Lo malo lo ve como bueno y al revés. Le estorban las exigencias o parámetros éticos, actúa según su criterio y no según el criterio del Espíritu. ¿Cuántos hoy en día adoptan esa postura?, ¿cuántos quieren vivir un cristianismo sin Dios, sin exigencias, sin mandamientos?
Es urgente un cambio en nuestras vidas, nuestras mentes, corazones, actitudes, en palabras de San Pablo: “el momento es apremiante” (1Cor.7,29-31), y según Jesús: “el plazo se cumplió…conviértanse” (Mc.1,14-20).
Nos recordamos mutuamente que conversión es: un cambio, rotundo, radical y permanente en nuestras vidas. ¿No será un obstáculo decir “que no tengo nada que cambiar para que se de verdad un cambio permanente?”. Convertirse es cambiar lo que tengo o lo que me cuesta cambiar.
Ezequiel trasmite un deseo o intención de parte de Dios, y que debe ser una motivación grande y especial para cambiar: “Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez.36,26).
Cuando una persona no desea cambiar “se nota” y al revés. Cuando una persona cambia en algo o algunas cosas que le ha costado “se nota” también.
Jesús no sólo invita al cambio, sino que invita al seguimiento. El que cambia es capaz de darle un buen espacio de su vida a Dios. Dice Jesús: “Vengan conmigo y les haré pescadores de hombres”.
¿Aceptas la invitación de Jesús para cambiar y seguirle?
Es bueno dejarse renovar por Dios cada día de nuestra vida.
Amén.
Con mi bendición.