Luz que vence a las tinieblas
El relato de la vocación de Samuel es muy conocido por todos. El pequeño, que había sido consagrado por su madre al servicio del santuario de Siló a órdenes de Elí, el sacerdote, aún no había escuchado la voz de Dios. De manera muy simpática, el autor refiere este primer encuentro de Dios con Samuel en medio de la incertidumbre de Elí que se ve sobresaltado ante cada intrusión de Samuel en su aposento. Samuel aprende gracias a Elí a disponerse no solo a escuchar a Dios sino asumir su voluntad. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, se convierte en la respuesta eficaz que resume la vida de Samuel, el último gran juez de Israel, defensor de la única soberanía de Dios sobre Israel pero que también tuvo que ungir a los primeros reyes de Israel, Saúl y David. Pablo dirigiéndose a la comunidad cristiana en Corinto les advierte la importancia de haber asumido la fe en Cristo y que les obliga a abandonar costumbres paganas que pueden contradecir esta nueva perspectiva religiosa. En el mundo griego se permitían muchas religiones mistéricas que propiciaban actos de fornicación en búsqueda de la unión con las deidades. Esto no podía ser aceptado por los cristianos que no solo veían un peligro en cuanto a la pureza sino también el riesgo de la idolatría. De ahí, la insistencia de tomar conciencia de la pertenencia total a Cristo y la superación del dualismo imperante en aquel tiempo (cuerpo y alma); puesto que somos uno en Cristo y lo que afecta al alma también afecta al cuerpo. Por tanto, hemos sido adquiridos por la gracia de Dios y nuestros cuerpos ya no nos pertenecen, son plenamente del Espíritu. Luego de la presentación que hace el Bautista de Jesús aplicándole la imagen del cordero pascual, dos de sus discípulos se abren a la búsqueda de un nuevo Maestro. La búsqueda termina en el encuentro y en la oportunidad de pasar el tiempo con Jesús. A partir de este encuentro se genera una cadena de presentaciones en donde se citan los diferentes títulos que se le aplican a Jesús. El encuentro con Simón se convierte en algo muy particular pues el cambio de nombre advierte una misión especial para él: ser Piedra.
Todos hemos recibido un llamado de Dios, llamado a la vida, a ser cristianos y a servir. Quizá hemos necesitado afinar bien el oído o que alguien nos haya encaminado a disponernos a acoger la voz de Dios y su voluntad como Elí o Juan Bautista, pero estamos ahora aquí para ponernos en camino de búsqueda. La sorpresa será grande porque es Jesús quien saldrá a nuestro encuentro y nos introducirá en una nueva dimensión de religiosidad. Ya no nos perteneceremos más a nosotros, somos Templos del Espíritu, somos propiedad de Dios. Por tanto, ya desde el presente de nuestra historia, necesitamos guardarnos de todo rasgo de impureza que nos pueda alejar de Dios. Unámonos a la voz del salmista que evoca claramente cuál debe ser la respuesta constante a Dios: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”.