Queridos amigos
El bautismo de Jesús por Juan, que Marcos nos cuenta en su evangelio (Mc 11, 7-11), termina en la más importante de las epifanías del Señor. Una epifanía que es al mismo tiempo teofanía, pues, por primera vez, Dios mismo se nos manifiesta como es Él, en su interior, por decirlo así. En efecto, Dios, que proclama solemnemente que Jesús es su Hijo, su predilecto, se revela a Sí mismo como Trinidad de Personas: ahí están la voz del Padre (1), que reconoce a Jesús como su Hijo (2) y el Espíritu Santo (3), que en la forma de paloma entra en Jesús ungiéndolo como el Mesías (Lc 4,18).
Para nuestra fe cristiana, todo esto es muy importante e interesante, pero yo quiero referirlo al bautismo. No al de Juan, de sólo agua, sino al bautismo “con el Espíritu Santo y el fuego”, como llama Juan al bautismo que trae Jesús (Mt 3,11): nuestro bautismo cristiano, que hemos de celebrar cada año (el cumplebautismo) como celebramos el cumpleaños. Pensemos que, como en el bautismo de Jesús por Juan, todo bautizo cristiano (el tuyo y el mío) es también una teofanía maravillosa.
“Bauticen a todos los pueblos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, nos ordenó Jesús momentos antes de su regreso al Padre (Mt 28, 19). Y es en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que los católicos bautizamos. Para muchos, esto suena a fórmula, como si se tratara del “abra cadabra” mágica que hay que decir al echar el agua en la cabeza del bautizando para que haga su efecto. Nada más lejos y opuesto a la realidad, pues la invocación de las tres divinas personas, lejos de ser una fórmula mágica, es la teofanía que se da en todo bautizo, de algún modo como se dio en el bautismo de Jesús (Mc 1, 10-11).
En la teofanía bautismal, al invocar al Padre, el Padre Dios se hace presente y le dice al bautizando que en adelante él será su hijo…Al invocar al Hijo, Jesucristo le dice al bautizando que en adelante Él será su hermano mayor… Y al invocar al Espíritu Santo, Éste le dice al bautizando, que en adelante, Él será su huésped, morando en su corazón junto con el Padre y el Hijo (Jn 14, 23). No es, pues, una fórmula, ni menos mágica, bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sino la descripción real aunque misteriosa, de lo que en ese momento pasa.
Tú, hermano mío, bautizado, puedes con toda verdad llamar a Dios Padre mío y saberte su hijo, llamar a Jesús Hermano mío y sentirte su hermano menor, y llamar al Espíritu Santo huésped mío y tenerlo como tu consuelo y tu defensor.