Queridos amigos:
Domingo de Ramos da inicio y resume en su celebración a la Semana Santa con su Triduo Sacro (Jueves, Viernes y Sábado Santos). Como recordarán, los dos componentes esenciales del Misterio Pascual, que celebramos en esta semana, son la Muerte y la Resurrección de Jesús. El evangelio de la bendición de los ramos y entrada triunfal de Jesús en Jerusalem (Lc 19, 28-40), celebra el éxito del Señor, que llegará a su clímax en el Domingo de Pascua con la Resurrección. El evangelio de la misa que sigue a la procesión de los ramos -evangelio de la Última Cena (Lc 22, 14-23.56)-, cuenta el aparente fracaso de Jesús, que, unos días después, se concretará en su Pasión y Muerte.
Domingo de Ramos es un día tristealegre: alegre por las cosas que de hecho pasan y triste por las consecuencias que se presagian. Hoy es hoy, viene a decir Jesús, y aunque sabe muy bien todo lo que le espera, quiere darse un día de gloria, como lo hizo en la Transfiguración (Mc 9, 2-10). Un día que sea al mismo tiempo una gran y nueva oportunidad para que su pueblo recapacite y lo acepte como el Mesías esperado. Estaba escrito que el Mesías entraría en Jerusalén montado en un borriquillo (= un cadillac de hoy), entre gritos de júbilo y agitar de palmas (Is 62,11; Za 9, 9). Es lo que hace Jesús, con harto escándalo de los fariseos, que le reprochan el hacerse pasar por el Mesías, y le exigen que haga callar a la gente que le aclama. La respuesta de Jesús no se hizo esperar, tajante: “si estos callan, gritarán las piedras”.
Desde entonces los cristianos venimos celebrando esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalem. Una buena ocasión para reconocerlo como nuestro Rey y Señor. Una buena ocasión también para vivir con las actitudes que nos muestra: 1. Hacer las cosas que tenemos que hacer, sin temor a lo que vendrá; 2. Dar siempre a los demás oportunidades para el cambio; y 3. Manifestar públicamente nuestra condición de cristianos.
Las palmas y ramos hacen que este domingo se llame de Ramos. Los elevamos y agitamos para manifestar públicamente nuestra fe (que se vea) y para mostrar comunitariamente nuestra caridad (que se sienta). Los bendecimos para que se conviertan en un sacramental, es decir en signo sensible de nuestra fe en el Señor y de su favor por nosotros. Es por ambas cosas que los colocamos detrás de la puerta de la casa, para que el Señor la defienda y nos defienda; y para que recordemos nuestros compromisos.