Jesús nos recuerda en el evangelio que el criterio fundamental de actuación de nuestra vida cristiana es el amor. Es la forma más directa y profunda de alcanzar la santidad de vida, aspiración irrenunciable de todo discípulo del Señor.
La concepción del amor que el Señor predica es peculiar y contiene algunos aspectos que debemos tener presente para sintonizar con Él. Se deriva del mismo Dios trinitario, comunidad de amor en el Padre, Hijo y Espíritu Santo. La respuesta filial del hombre surge como consecuencia agradecida y testimonial de la Santísima Trinidad.
El amor que el Señor proclama es universal, no excluye a nadie; no admite excepciones, rige en todo momento. Es un amor gratuito y libre. No busca recompensa alguna. Parte de un corazón abierto, afectivo y misericordioso pero va más allá del mero sentimiento porque es una opción de compromiso que desemboca en una decisión firme de ayudar a los demás. Trata de ser efectivo, permanente, duradero. El amor del Señor no es solamente para un tiempo determinado y para unas personas concretas sino que nos compromete de por vida. Será la tolerancia y la solidaridad baluartes permanentes de la práctica del amor en la sociedad.
El Señor conoce el egoísmo humano que atenta directamente con la vida fundamentada en el amor. Por eso nos invita a desterrar todo brote de odio, agresividad y violencia que brota de la raíz del mal para revertirlo en comprensión, aceptación y diálogo fraterno.
Revertir de esta manera el corazón humano, moldearlo hacia una exigencia permanente de amor evangélico, no es tarea fácil. Solamente podremos hacerlo desde una profunda vivencia espiritual que nos permita revertir nuestros condicionamientos e inclinaciones hacia el amor de Cristo. Una mirada al Señor sufriente en la cruz por amor, el testimonio de tantas personas que ofrecen su vida en beneficio de los demás impulsadas por el evangelio, gestos de solidaridad que nos permite realizar la vida diaria en el ambiente donde estamos, nos estimulan y animan para vivir desde la premisa del amor que nos proyecta el Dios Trinitario de nuestra fe.