Tú eres un hijo amado de Dios
En una parroquia se programaron bautizos comunitarios. El día ya estaba señalado, la hora también. Una niña de 5 años de edad a quien pondremos de nombre Velita, estaba preocupada: ella vive sólo con su padre; y estaba esperando a su mamá que prometió visitarla en esa ceremonia de bautizo. Velita estaba impaciente y triste, salía de la banca en busca de su mamá a la entrada del templo y otra vez la tristeza le invadía, pues no llegaba su “mami” como ella le suele llamar. El papá estaba incómodo por esa actitud, además que ya no quedaba tiempo, estaba haciendo “ruido” su niña y tenía que “portarse bien” dentro del templo. Faltando 5 minutos para que empiece la ceremonia de los bautizos comunitarios, de pronto Velita hace el ademán de voltearse desde su sitio para ver si estaba llegando su madre. Dio un salto desde su banca y fue corriendo a la puerta principal del templo ya que vio a su madre. Ella también corrió a su encuentro. La niña se colgó del cuello de su madre y la llenaba de besos y abrazos como si nunca la habría visto en su vida. Luego empezó la ceremonia.
Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. La doctrina sobre el bautismo creo, que en general, ya la conocemos que por este sacramento: somos hijos de Dios, miembros de la Iglesia, se nos da la gracia de ser Sacerdotes (porque podemos bendecir a Dios, invocar su presencia donde estemos), Profetas (porque siendo elegidos de Dios, estamos llamados a hablar en su nombre, a denunciar aquello que va en contra de su voluntad y a invitar a vivir un camino de conversión) y Reyes (porque como Jesús estamos llamados a servir y no a ser servidos), y sobre todo se nos da la gracia de ser santos.
¿Quién es o debería ser una persona bautizada? Isaías nos puede iluminar para resolver esta pregunta: “Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu…” (Is.42,1-4.6-7). Todo bautizado es un siervo de Dios, que es sostenido por la mano misericordiosa de Dios mismo; es un elegido de Dios. Qué hermoso regalo que hemos recibido de Dios.
Pero un detalle que no podemos olvidar de la persona bautizada, que lo recogen las tres lecturas hoy es que: el bautizado es una persona ungida por la fuerza del Espíritu, y con todos los dones que eso supone, que no son otra cosa que gracias de Dios mismo para glorificar su nombre. Nos configuramos a Jesús por este sacramento. Pedro hace recordar lo que pasó en el Jordán, que Juan tuvo la gracia de bautizar al autor del bautismo, Jesús que es “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien” (Hch.10,34-38). Un ungido está llamado a hacer y a promover el bien, nunca lo contrario.
¿Sabes cuán importante es tomar en cuenta todo esto? Somos los ungidos por el Espíritu, los que Dios siempre prefiere para obrar el bien, para obrar conforme a su voluntad. ¿Por qué pensamos en el bautismo como una mera ceremonia o acto social? Una vez en unas charlas pre-bautismales pregunté: ¿cuántos de ustedes se acuerdan del cumpleaños de sus hijos o amigos? Y todos levantaron las manos. Pero cuando hice la pregunta: ¿cuántos de ustedes saben cuándo fueron bautizados?, me di con la sorpresa de que en ese auditorio de más de 150 personas sólo levantamos la mano como 8 personas. Eso es para ponerse a pensar seriamente. El día que a ti, a mí y a todos nos bautizaron, nacimos para Dios, pero PARA SIEMPRE.
Jesús se dejó bautizar, se dejó envolver por el Espíritu Santo, que bajó sobre él. Este fue el grito esperanzador del Jordán: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt.3,13-17). ¿Sabes? Cada vez que alguien se bautiza, el cielo se abre, hay fiesta en el cielo y se escucha ese mismo grito del Jordán: “Este es mi Hijo amado”. Y es que de verdad lo somos.
Dios nos toma para sí, nos marca con el sello imborrable de su amor para siempre. A partir de nuestro bautismo empezó un camino de santidad. Dios nos regaló, en semilla, ese don de ser santos que no es otra que cumplir o vivir la Voluntad de Dios cada día de nuestra vida y hacer que otros también la cumplan.
Démosle gracias a Dios porque somos de verdad sus hijos amados.
Tú eres un hijo amado de Dios.
Con mi bendición.