Queridos amigos
Jesucristo es Rey -(y sacerdote y profeta, roles que desde el bautismo también compartimos nosotros)- y su fiesta la celebramos hoy, último domingo del año litúrgico 2018. Puesta intencionalmente por la iglesia entre un año que termina y otro que comienza, la Fiesta de Cristo Rey quiere significar que es el centro de la historia: todo va a Él y todo viene de Él. Él purifica y valida el año que se va, y bendice y hará fructificar el 2019, que se viene. Cristo Rey se presenta así como el Señor del Tiempo, el Alfa y la Omega.
La imagen y figura de Cristo Rey ha originado en la historia diferentes reacciones, y las seguirá originando. Está, ante todo, la que nos presenta el evangelio de hoy (Lc 23, 35-43), de indiferencia, burla, provocación e insulto. Jesús guarda silencio, porque no saben lo que hacen. Significativamente hablará sólo cuando el buen ladrón Dimas le pida que se acuerde de él en su reino: hoy estarás conmigo en el paraíso, le responde. Otra reacción extrema, aunque contraria, es la que convierte a Cristo Rey en grito de guerra, cuando la falta de libertad religiosa y la violencia se hacen persecución contra los cristianos (México,1926–1929). La reacción correcta es la que celebra a Cristo Rey por la clase de Rey que fue y es y por la clase de Reino y de Reinado que hizo.
Él se sabía Rey -por derecho, conquista y descendencia davídica- y así lo dijo (Jn 18,37) y así fue escrito en el INRI de la cruz pese a todo y a todos (Jn 19, 19-22). Le costó la vida ir a contracorriente y hacer entender que un rey y aún más el Rey esperado y ungido (el Mesías), había venido a este mundo a servir y no a ser servido, y que tenía que ser humilde, afable y amigo de los pobres. De un rey tan humano (Hijo del Hombre = “ser humano”, se llamaba Él), ¿qué clase de reino y de reinado podía esperarse? La iglesia es quien mejor lo ha entendido y descrito: un reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz.
Lo grande y maravilloso para nosotros es que, desde el bautismo, somos reyes con el Rey y reyes en su Reino, no sólo servidores y ciudadanos. Y tenemos una misión concreta y envidiable: la de hacerle reinar en este mundo instaurando en Cristo todas las cosas (leyes, estructuras, trabajos, hombres y mujeres, gozos y esperanzas…), para que Él reine efectivamente en todo. El Reino de Dios ya es, pero todavía no. Por eso pedimos que venga a nosotros Su Reino. La tarea es de todos, pero especialmente de los laicos a quienes corresponde vivir, trabajar y santificarse en el mundo, instaurando o recapitulando todo en Jesucristo, haciendo que todo tenga a Cristo por cabeza (Ef 1.10)