A nadie le gusta estar enfermo. Esta situación siempre ha propiciado una profunda reflexión acerca de la fragilidad de nuestra existencia, acompañada de la preocupación de no entender por qué el funcionamiento corpóreo, de pronto, se interrumpe, y ya no uno no se siente igual. Para el mundo antiguo, ya que todo estaba imbuido en lo religioso, el tema de la salud y la enfermedad irremediablemente estaba unido a ello. En algún momento se pensó que, por la infinita omnipotencia de Dios, el Señor intervenía en la vida del hombre enviando enfermedades para corregirles de su mal proceder o constatar la fidelidad del creyente, pero más adelante, al profundizar en la misericordia de Dios se empieza a designar como causantes de estas desdichas a las fuerzas malignas de espíritus impuros disconformes con la voluntad divina y a quienes se les permitía achacar la vida de los seres humanos. De allí, es que encontramos la reflexión teológica de la sanación como un canto de reivindicación a la fe en el Dios cuyo poder está por encima de los espíritus inmundos y que, aunque permite esta terrible situación, no abandonará a su fiel puesto que su bondad y misericordia son eternas. Este al menos es un primer alcance de esta amplia reflexión sobre la enfermedad y la sanación que podemos recoger del Antiguo Testamento.
En sintonía con esto, escucharemos en la primera lectura de la profecía de Isaías, una especie de “pequeño apocalipsis” que propone un horizonte de esperanza ante el miedo que generó la amenaza de la invasión asiria a Jerusalén. La voz del profeta se alza para infundir entusiasmo y animarles a que su situación puede cambiar si son capaces de volver a confiar en Dios. La reivindicación de Dios en favor de Israel queda retratada en la recuperación de las desgracias que viven los hombres: “los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán…”. Lo frágil, lo seco, lo enfermo, por gracia de Dios pasa a ser lo fuerte, lo húmedo, lo sano. Así, la recuperación de la salud se convierte en un signo de la providencia de Dios que ayuda a disponer al creyente a sostener no solo su fe personal sino la de sus hermanos.
El evangelio de este domingo, justamente, hace eco de este pasaje de Isaías en la narración de la curación de un sordomudo. Ante la pregunta del evangelio de Marcos de quién es Jesús, la muchedumbre opta por asombrarse y mantenerse en la duda de saber qué tipo de hombre es aquel Jesús de Nazaret. Sabemos que la preocupación del evangelista es retratar las dificultades de la aceptación de los paganos en las comunidades judeocristianas, sobre todo cuando aquellas empiezan a ser mayoría frente a las últimas. Si se han dado cuenta, esta sección señala un ministerio de Jesús fuera del ámbito judío (en Tiro), donde también aquellos pueden recibir el favor de Dios como la sanación, algo no tan pensado ni aceptado fácilmente por los judíos. Sin duda, la apertura del evangelio al mundo gentil dio lugar a un cambio necesario de perspectiva religiosa, y el ejemplo del sordomudo no hace sino refrendar que la bondad y la misericordia de Dios se hacía patente también para aquellos que, al no conocer a Dios, no tendrían la suerte de participar del gozo de la Buena Noticia. Como podemos notar, el aspecto específico de la sanación en este fragmento ha pasado a un segundo plano, porque el sentido al que apunta más bien es una valoración teológica de la convivencia comunitaria entre paganos y judeocristianos.
Finalmente, la carta de Santiago, con su eje sapiencial, expone una situación que su comunidad estaba experimentando. En muchas de las comunidades de segunda generación, personas de buena posición como los temerosos de Dios (paganos convertidos), empiezan a formar parte de los creyentes en Cristo Jesús, pero sus costumbres y hábitos en el marco social de la época les perseguía también dentro de la comunidad. El honor de esta gente era retribuido por gestos como los que describe el texto concediéndoles los primeros puestos, mientras que a aquellos que eran pobres seguían siendo vistos con el estigma de la desdicha siendo postergados en la misma asamblea. La reflexión del autor de esta carta apunta a una renovación del marco social al menos dentro de la experiencia de vida comunitaria de la comunidad de seguidores de Jesús. Para ello, propone una relectura de la Escritura donde Dios toma partido por los humildes y pobres y también desde el propio testimonio del mismo Jesús que estuvo cerca de los más sencillos y pobres y a quienes ensalzó como los más idóneos para entrar al reino de Dios.
Queremos seguir creyendo que Dios está cerca de sus hijos atribulados, que cuida de todos, pero muestra su compasión en los pobres y humildes. Ante la enfermedad, nuestra fe nos invita a creer, nuestra esperanza a confiar y nuestro amor a aferrarnos siempre a la posibilidad de su favor, sin descuidar nuestra propia disposición a cuidarnos y apreciar nuestra salud. Sin duda, este salmo que escucharemos y proclamaremos nos haga confirmar cómo la gracia de Dios está cerca de los que sufren, los acompaña, los fortalece, los conforta y así lleguemos juntos a exclamar todos los días de nuestra vida esta antífona: “alaba alma mía al Señor