NUNCA ESTAMOS SOLOS
¿Alguna vez te has sentido solo? ¿Pensaste que Dios se ha olvidado de ti? ¿Crees realmente que Dios está contigo y los tuyos? Hubo un joven de 19 años que vino a buscar a su amigo entrañable porque quería conversar con alguien. Entre otras cosas él decía: “todos me han dejado solo, nadie quiere escucharme, mi vida ya no tiene sentido, me han sacado del trabajo, en mi barrio no quieren que camine por ese lugar, algunos familiares cercanos se los llevó el virus, mi enamorada me dejó, mi familia me está dando la espalda a pesar de la muerte de nuestros familiares, ya no puedo más con esto, siempre hago las cosas mal, amigo, siempre. ¿Cómo quieres que me sienta? Quiero acabar con mi vida, nada tiene sentido. Nunca estás solo, Dios siempre cuida de ti amigo y hermano, le dijo, pero siempre Él espera mucho de ti, no le falles. Él siempre ha estado y está contigo, y desea que recibas el consuelo que sale de su corazón.
El autor del Deuteronomio nos hace recordar que el pueblo de Israel que nunca estuvo solo, que ese Dios que ha hecho todo cuanto existe, le acompañó en su caminar en sus luces y en sus sombras, un Dios cercano que peleó por Él, que lo eligió como su propiedad personal, como su nación santa. Le exige fidelidad, como el esposo a la esposa o viceversa: “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios…no hay otro” (Dt.4,32-34.39-40).
Cuánta gente busca muchas veces suplantar a Dios, queremos vivir al margen de él, de su gracia, de sus mandamientos. Asistimos a un mundo relativista, ateo, indiferente y cuestionador para las cosas de Dios. Para esas personas Dios no cuenta para nada. Su pensar pudiera ser: “mientras más me olvido de Dios que me exige fidelidad, vivir bien mi vida, mi fe cada día, pues mucho mejor”. ¿Será ese tú caso o no? Tengo que reconocer cada día de mi vida que sólo hay un único Dios verdadero, que me exige conversión para ser feliz: “Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para QUE SEAS FELIZ”.
Somos hijos mimados de Dios, ese el Dios en quien creemos, a quien proclamamos y servimos. Él nos da la libertad de llamarle Papá: “No han recibido ustedes un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: Abba-Padre” (Rom.8,14-17). Qué hermosa filiación divina. Él es mi Papá, y yo su hijo, y nosotros hermanos en la fe. No estamos solos. Sabemos, por fe y por doctrina que existe un solo Dios verdadero en tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es comunidad perfecta de Fe y de Amor.
Hoy, en el evangelio de Mateo (28,16-20) encontramos a los once discípulos que fueron al encuentro de Jesús. Pero resulta que se postraron (señal de adoración y pertenencia a Él y no a otro) y “algunos dudaban”. ¿Cómo va tu fe? ¿Realmente le crees a Dios? ¿Crees en Dios? ¿Él y no otro es tu único Dios y salvador? Antes de subir a los cielos, Jesús los bendice con un mandato misionero, para que la obra de su Padre continúe por acción del Espíritu. En ese mandato misionero se consignan varios compromisos: hacer discípulos, bautizar, y enseñar lo recibido por parte de Dios. Pero esto se fortalece con una gran y esperanzadora promesa de fe y de salvación: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.28,20).
El creyente no puede menos de dar gracias a Dios Uno y Trino porque no está solo, nunca lo ha estado y nunca lo estará: nos acompaña al nacer, al crecer, en cada etapa de nuestra vida, cuando pedimos que bendiga el día, cuando nos persignamos cada día, cuando estamos a punto de tomar una decisión, cuando recibimos un sacramento, cuando dormimos, cuando nos levantamos, y si llegamos a morir, nos espera la Santísima Trinidad en el cielo. El Padre nos ama tanto que nos ha regalado a su Hijo (cf.Jn.3,16); el Hijo ha muerto y ha resucitado por amor a toda la humanidad, y se ha quedado en cada Eucaristía, en cada pobre, en cada obra de amor; el Espíritu Santo nos da el aliento esperanzador que necesita nuestra vida de cada día, y en estos tiempos mucho más ya que es “el dulce huésped del alma” (así reza el himno o secuencia de Pentecostés).
Termino con la historia contada. Aquel “amigo entrañable” recuerda que al joven de 19 años le dijo: “Él siempre ha estado y está contigo, y desea que recibas el consuelo que sale de su corazón”.
Con mi bendición.