BUEN PASTOR AL ESTILO DE JESÚS

Avanzamos en el camino pascual y llegamos a este cuarto domingo que la Iglesia invita a orar por las vocaciones sacerdotales acogiendo la imagen de Jesús como el Bien Pastor. En el ámbito familiar, los padres de familia se preocupan de brindar toda la formación necesaria para que sus hijos logren realizarse en su vida asumiendo la vocación que deseen elegir. En la vida eclesial, nuestra gran familia espiritual, también deberíamos preocuparnos de ayudar en la orientación vocacional, pues sino ¿de dónde surgen las vocaciones para la vida sacerdotal? Es un misterio la vocación, un regalo maravilloso que Dios ofrece, pero que necesita del impulso de todos los miembros de la Iglesia para despertarla en el corazón de los jóvenes y esta es, en definitiva, nuestra tarea, pues Dios ya ha puesto la semilla. Se necesita de esos corazones generosos, de esos hermanos que acompañen y oren por sus fieles, de aquellos que hagan posible la presencia de Dios en medio de la comunidad. Las lecturas de hoy nos dan algunos rasgos de ese servicio en la Iglesia que podemos meditar para aprovechar esta oportunidad y rezar y colaborar con la promoción vocacional.

Pedro y Juan, en la primera lectura de este domingo, no han curado con su poder, lo han hecho en el nombre de “Jesucristo Nazareno”; por tanto, que jamás se pretenda endiosar a los sacerdotes y menos aún que éstos se crean “sanadores”, porque no lo son. La fe y la oración de la comunidad mueve montañas, sí, y Dios puede obrar por medio de sus hijos curación corporal y espiritual, sí, pero no desviemos la atención de quien es el único “sanador” y “reparador de fuerzas”: Dios. La humildad del servidor favorece la acción providente de Dios. Quizá antes de atender el hecho mismo de la sanación, tengamos que convencernos de que Dios está pendiente del hermano enfermo y que lo que sufre o afronta no tiene nada que ver con connotaciones de pecado o maldiciones o castigos de Dios. También en la enfermedad Dios está presente, y sufre y llora con el enfermo. Claro que deseamos la salud de los nuestros, pero es preciso ser constantes en confiar ante todo que Dios está a nuestro lado. Y muchas veces los sacerdotes han sido los acompañantes del enfermo y del moribundo manifestando así la presencia de Jesús en medio de ellos.

El autor de la carta de Juan nos recuerda que somos “hijos de Dios” y ¡lo somos! Aunque tengamos ministerios en la Iglesia no se debe considerar al sacerdote como alguien “especial” (en el sentido exagerado del término) o encomiarlo con palabras demasiado aduladoras; es un hermano con una misión particular, que necesita de tu oración, que necesita también de tu comprensión como tú se lo pides y exiges. Esta vocación es tan santa como la del padre o madre de familia, o como del soltero o soltera que se realiza en su vocación particular, y por tanto es preciso que aprendamos a cuidar como buenos hermanos la vocación de cada cual. Estamos llamados a que nuestro amor de consagración sea para todos, ayúdennos a luchar contra las “amistades particulares” que al final nos pueden llevar a desorientar nuestra vocación y favorecer exclusivismos enfermizos. No está mal hacer sentir el cariño a sus pastores, pero ayúdennos a seguir apoyando a más hermanos, que eso evidencia aún más el aprecio que nos tienen porque nos hacen sentirnos útiles para el servicio al que hemos sido llamados.

El evangelio de Juan nos recuerda que el único Buen Pastor es Jesús pues para eso ha venido al mundo para reunir al rebaño en un solo redil, y tiene todo el derecho sobre el mundo, porque ha entregado su vida por este rebaño. Este es nuestro modelo y patrón de seguimiento, y de esta forma, el ministerio sacerdotal tiene sentido desde la ofrenda de la propia vida por el servicio a los hermanos. La voz de Jesús el Buen Pastor para reunir a todas las ovejas en un mismo redil debe continuar siendo escuchada y aquí entra la importancia de trabajar por una cultura vocacional. Tratemos de incentivar este llamado ya desde niños, confrontemos a los adolescentes con la posibilidad de consagrar su vida al servicio de los demás y de los más pobres, como lo hiciera San Vicente de Paúl. No es cuestión de que tengan que ser “buenitos”, es cuestión de repensar la posibilidad de ese llamado y que pueda dejarse orientar por un sacerdote que conoce ese camino de búsqueda de una vocación. Ya es tiempo de salir de nuestra indiferencia a la pastoral vocacional por amor al pueblo de Dios y a quienes vendrán detrás de nosotros, que siguen acogiendo con generosidad el llamado: se necesitan de hermanos mayores que puedan ser ejemplo de un buen pastoreo al estilo de Jesús. Claro que debemos preocuparnos de los malos pastores que pueda haber y se está tratando de corregir en la Iglesia. ¡No más asalariados! ¡No más despreocupados por el rebaño del Señor! ¡No más distinguidos funcionarios de lo religioso! ¡No más heridas entre las ovejas de este redil!

Yo como sacerdote te pido perdón también por mis miserias y pecados, pero te ruego que no dejes de orar por mí y por mis hermanos, y por los que vendrán, porque allí donde haya un corazón generoso de donarse como sacerdote actuará la gracia del Espíritu en él. Y no te olvides que, aunque la sombra del pecado pise fuerte, la gracia de Dios sobreabundará, porque es “mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres”.

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