Tal como el domingo pasado el evangelio de este domingo nos presenta al señor Jesús hablando a sus discípulos por medio de una parábola en el contexto de la parusía, tiempo en que vendrá el Hijo del Hombre acompañado de sus ángeles a quienes enviará a reunir a los elegidos de los cuatro vientos, de un extremo al otro del cielo.
El día y la hora no lo conoce sino el Padre, por lo que hay que estar preparados y vigilantes para que seamos encontrados haciendo lo que conviene y eso es hacer lo que se nos ha pedido.
Si la parábola del domingo pasado resaltaba la prudencia de las jóvenes en la tarea de alumbrar el camino al novio y así participar de la fiesta de bodas.
Hoy en la parábola que el señor Jesús utiliza para enseñar a sus discípulos resalta la confianza del dueño que encarga a sus sirvientes sus posesiones, también la diligencia de los sirvientes en el cuidado de las posesiones de su señor, o la iniciativa o parálisis de los sirvientes en la tarea encomendada y hacer ganar más bienes a su señor.
Hasta aquí bien podríamos decir que Dios enriquece a cada uno de sus fieles con dones que al ponerlos al servicio de los demás permite que quienes son servidos puedan hacer lo mismo en favor de otros y entonces la benevolencia de Dios se hace visible y valorada, hacemos ganar más bienes para Dios. Con nuestro comportamiento al hacer el bien permitimos que muchos sean agradecidos con Dios por el bien recibido a través de nuestras personas.
En el relato de la parábola, así como al inicio el hombre que partía de viaje al extranjero llama a sus sirvientes para encomendarles sus posesiones y junto con ellos les entregó unas monedas de oro a cada uno de ellos, pero haciendo distinción entre ellos, pues valora la capacidad de cada uno. También en la parábola hay un momento en que los sirvientes deben rendir cuentas a su señor del encargo recibido.
Los primeros sirvientes, los que tienen más capacidad entregan cuentas a su señor y son felicitados e invitados a participar de la fiesta de su señor.
Llega el momento de rendir cuenta al tercer sirviente, el menos capacitado de los tres, quien entrega la moneda recibida, aquella que, por miedo a perderla, la enterró para asegurarse de gastársela ni perderla para poder devolver a su señor lo encargado, hasta ahí la cosa iba bien ya que el amo podría decir como este como es el menos capaz, no podría esperar mucho de él. Pero aquel dicho “el pez muera por su propia boca” se cumple en este sirviente ya que la enumeración que hace en relación a su amo antes de entregar lo encargado, deja ver que es un hombre capaz y con discernimiento pero que se deja ganar por el miedo y no es capaz de discernir que podía depositar en el banco y así hacer ganar intereses al dinero de su señor. El miedo lo ha paralizado y lo lleva a ser expulsado y no participar de la fiesta.
Queda claro que los dones deben ser invertidos por todos los que los reciben, y el Señor nos ha enriquecido a todos con sus dones, para poder a la vuelta del dueño de todo y rendir cuenta delo recibido y entregar junto con lo recibido los intereses ganados.
La inversión de los dones recibidos para obtener ganancias solo puede ser posible cuando usando los dones que hemos recibido los usamos o invertimos para hacer el bien a los demás especialmente a los más necesitados.
Se habla que se recibe los dones del Espíritu Santo, que son siete: Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad, Temor de Dios, en la recepción del sacramento de la Confirmación entonces es bueno que ese mismo espíritu nos lleva a dar sus frutos, que son doce: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fidelidad, Modestia, Continencia, Castidad.