Queridos amigos
En la parábola de los viñadores asesinos (Mt 21, 33-43), Mateo nos cuenta el final trágico de una historia de amor entre Dios e Israel, el Pueblo de la Alianza. “Se les quitará a ustedes el Reino de Dios (la Viña, la Alianza) y les será entregado a un pueblo que produzca sus frutos” (Mt 21,43). La parábola es escalofriante desde su título (asesinos) hasta su final de rechazo (de Israel). Pero lo es también por sus proyecciones, ya que se convierte en la parábola de todos los pueblos que se alejan de Dios. Y aún del mundo entero, pues en muchos aspectos, lo que en ella pasa es lo que le viene pasando a la humanidad, desde entonces hasta nuestros días.
Cuando la desobediencia a Dios va convirtiéndose en rechazo y aún en guerra abierta contra Dios a través de un laicismo militantemente ateo. Y cuando el egoismo y la avaricia nos llevan a creernos los dueños del mundo, no se repara ni en asesinar al mismo Hijo de Dios. Se trata realmente de una situación límite, agravada por el hecho de que el dueño de la viña (Dios), da muestras de un cariño especial por su viña y por los viñadores. Por su viña, porque hizo cuanto pudo para hermosearla; y por los viñadores, porque les dio muestras repetidas de su confianza en ellos. Lamentablemente, los resultados no fueron los esperados. “Esperó de ellos cumplimiento de la ley, y ahí tienen: asesinatos. Esperó justicia y ahí tienen: lamentos”. Fue el comentario del profeta Isaías, que previó esto ocho siglos antes (Is 5, 1-7). Vale la pena leerlo, pues es francamente profético y bello.
El comentario del evangelista Juan es aún mucho más hermoso e impresionante. Como para conmovernos por el amor de Dios por su viña y los viñadores (el mundo) y como para agradecerle eternamente y con asombro infinito lo que hizo para resolver el daño y salvarnos: “Tanto amó Dios al mundo (viña y viñadores) que le entregó a su propio Hijo para salvarlo…” (Jn 3, 16-21). ¿Cuál es nuestra reacción ante esta declaración de la misericordia y la ternura de Dios? La reacción de Jesús fue dar su vida por el Padre Dios y por nosotros (Jn15, 13), en lo que le han imitado y seguido todos los mártires e incruentamente todos los santos.
A nosotros se nos pide que demos los frutos que corresponde, empezando por el de reconocer a Dios como nuestro Señor, lo que implica: cumplir con amor sus mandamientos (hacer su Voluntad), creer de verdad en Jesucristo, hacer efectivo el evangelio en tu vida y en la sociedad, y trabajar con amor por la paz y la justicia.