El evangelio de este domingo nos presenta al señor Jesús desplazándose, luego de haber estado en territorio de Tiro y Sidón, al noroeste de Jerusalén, bajando a la región donde está ubicada la región de Cesarea de Filipo, al noreste de la ciudad de Jerusalén, pero más abajo en relación a los territorios de Tiro y Sidón.
Como nos habremos dado cuenta en los evangelios de los últimos domingos el Señor está siempre en movimiento en busca de “las ovejas descarriadas de Israel” dispersas en las ciudades vecinas o alejadas de Jerusalén, y mientras lo hace va instruyendo a sus discípulos, enseñando a la gente, curando sus enfermos, dando de comer a la gente que se reúne para escucharle en campo abierto, a veces respondiendo las interrogantes de fariseos y letrados que incluso le piden que les muestre alguna señal del cielo pero con la intención de tentarlo.
En este itinerario se han dado dos relatos donde se resalta las consecuencias de la fe, entendida como confianza puesta en el Señor, primero la de Pedro que le pide al Señor, como prueba de que es él quién camina sobre las aguas, que le mande ir hacia Él por el agua y efectivamente el Señor le mando y el empezó a avanzar sobre el agua, confiado en el mandato recibido, pero llegado un momento en que el siente golpear sobre su rostro el viento tiene miedo y se empieza a hundir, siendo rescatado por el Señor quién tomándolo de la mano lo saco del agua y le reclamó su poca fe entendida como duda. El segundo relato es el que nos traía el evangelio del domingo pasado una mujer cananea, cuya hija esta atormentada por un demonio le pide, a gritos, a quien confiesa como Señor, como Hijo de David, título mesiánico, que tenga compasión de ella que como madre sufre viendo a su hija en ese deplorable estado, y aunque en un primer momento el señor se niega termina concediendo aquello que la madre pedía para su hija y esto lo logra gracias a mantuvo todo el tiempo su confianza en el Señor incluso cuando Él trataba de disuadirla, pero que el mismo Señor termina reconociendo como “Mujer, que fe tan grande tienes” y por esta confianza a toda prueba el Señor le concede que se cumpla su deseo de madre: ver a su hija sana. Y ahora llegando a la región de Cesarea de Filipo, el Señor Jesús les hará dos preguntas a sus discípulos, después de haber vivido todas estas experiencias incluso aquella en que los mando de dos en dos a los pueblos y aldeas a buscar a “las ovejas descarriadas de Israel”. Es así que haciendo un alto en el camino les lanza una pregunta que tiene por finalidad, el hacerle caer en cuanta sobre quién es Él.
Por eso la pregunta gira sobre que piensa la gente sobre su persona “¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Y sus discípulos que han ido atentos a los comentarios que hace la gente sobre el Señor, le hacen saber lo que la gente dice y luego de escucharlos con atención les lanza una segunda pregunta ya más personal “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?
Como quien dice bueno ya hemos avanzado bastante ahora “guarden todo, que toca prueba oral” no vaya ser cosa que sigan pensando que soy un fantasma, ustedes que me han visto hacer hablar a los mudos, andar a los cojos, sanar a los lisiados, devolver la vista a los ciegos, hacer que la gente glorifique a Dios, incluso han visto como han comido hasta saciarse unos cinco mil hombres una vez luego en otra oportunidad unos cuatro mil y eso que no contamos ni a las mujeres y los niños que también comieron.
La pregunta está hecha y el señor espera respuesta, es cuando adelantándose Simón Pedro dando una respuesta tal vez recordando lo que le escuchó decir a la mujer cananea allá en territorio de Tiro y Sidón, por eso dijo “Tú eres el Mesías (Hijo de David), el Hijo de Dios vivo (Señor). Lo cierto es que termina felicitado por su respuesta y que el Señor reconoce como revelación del Padre y por esa respuesta recibe una promesa “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”, pero no solo una promesa, sino que también recibe una tarea “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Por eso podemos decir que ese día Simón Pedro, hijo de Jonás, recibió UNA REVELACIÓN, UNA PROMESA Y UNA TAREA. Termina el evangelio haciéndonos saber que el Señor le pidió, a sus discípulos, que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.