Jesús había vivido unos días intensos de emociones y de aceptación popular durante la multiplicación de los panes, escena que reflexionábamos el domingo pasado, y sentía necesidad de soledad y de silencio para encontrarse con el Padre en la oración. Así se inicia el conocido pasaje que la liturgia de la palabra nos presenta en el evangelio de San Mateo del día de hoy. Esta actitud de Jesús, su vida apartada después de situaciones especiales de la vida, no puede pasar desapercibida. También nosotros deberemos encontrar espacios de tranquilidad interior para evaluar nuestra vida, para presentarnos ante el Señor en actitud de agradecimiento para recobrar nuevos bríos e impulsar nuestra vida hacia compromisos más audaces.
Mientras Jesús oraba los discípulos se adentran hacia el mar en una barca frágil, sacudida fácilmente por el viento y las olas. El miedo les paraliza y en la madrugada, Jesús es la Luz, descubren la presencia de Jesús caminando sobre las aguas. Pedro quiere acercarse a Jesús con el mismo procedimiento; mientras miraba su presencia, su caminar era seguro pero al mirar las dificultades y la fuerza del viento empezó a hundirse. Pedro fracasa en su intento de aproximación a Jesús porque no confía en las palabras de Jesús, en la gracia que dimana de Él y en sus propias posibilidades. Fiarse de Jesús es arriesgado porque implica aceptar su proyecto y ponerse en camino. Pero solamente quien es capaz de correr este riesgo será salvado por la atracción del Señor. Esta actitud de San Pedro, mezcla de confianza y de duda, de súplica y de fe, es la que permanece permanentemente en nuestra vida. Jesús, sin embargo, nos invita a no tener miedo a lo que Él significa; a creer en Él; a fiarse de su Palabra; a seguir su camino; a proclamar el Evangelio.
El evangelio de hoy contiene una profunda aplicación para nuestra vida cristiana. En el transcurso de nuestra vida estaremos sometidos a vientos impetuosos que sacudirán la integridad de nuestro ser. Los fantasmas del miedo y de la inseguridad harán acto de presencia pero la fuerza de la Luz, Cristo resucitado, saldrá a nuestro paso cuando la fe, la adhesión a su persona, abra el camino hacia horizontes nuevos de esperanza.