Queridos hermanos:

Quién no conoce el milagro de la multiplicación de los panes, ¿verdad? Debe ser, junto con la resurrección de Lázaro, de los milagros más conocidos de Jesús. Casi todos podemos notar, en este milagro, el gran poder de Dios que obra en la naturaleza, de manera que, solo con cinco panes y dos peces, da de comer una multitud. Definitivamente, es un milagro impresionante. Sin embargo, a veces sucede que, maravillados por el milagro de Jesús, pasamos por alto un detalle que se nos presenta en el relato de la multiplicación de los panes en la versión de san Mateo, que es el que corresponde al evangelio de este domingo. Es un detalle que pocos resaltan, por descuido o a propósito, y que quiero destacar en esta ocasión.

Es cierto que lo central del relato es la acción de Jesús que es capaz de hacer comer a más de cinco mil hombres tan solo con cinco panes y dos peces. Pero por algo san Mateo ha añadido en su versión una conversación previa entre Jesús y sus discípulos que, aunque no sea lo principal de la historia, también tiene su importancia. El texto nos dice que, al ver que se hacía tarde y que había mucha gente siguiendo a Jesús, los discípulos se le acercan y le dicen: “Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer”. Evidentemente, hay aquí una intención de los discípulos a desentenderse de la situación, a no responsabilizarse del hambre de la gente. Es como si le estuviesen diciendo a Jesús: “No podemos dar de comer a esta gente, por eso despídelos y que ellos vean qué hacen para comer”. Era una propuesta de solución muy simple y que les libraba de responsabilidad. Sin embargo, a Jesús le chocó esta propuesta simplista que apuntaba más a quitarse un peso de encima, por eso les respondió: “No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer”. ¡Contundente respuesta, la de Jesús! A aquellos que se querían zafar de la responsabilidad de encargarse de las necesidades de la gente, Jesús se las devuelve con un definitivo “denles ustedes de comer”.

Aquí está, a mi parecer, el detalle que muchos no quieren ver en este texto del evangelio: que las necesidades de nuestros hermanos, sus angustias y penas, sus dolores y llantos, son nuestra responsabilidad. Es más fácil dirigir la mirada hacia el gesto milagroso de Jesús porque de esta manera la responsabilidad por las necesidades de la gente se posa sobre él, que fijarse en que en el relato la acción de Jesús pasa necesariamente por el compromiso de sus discípulos. Es mucho más fácil implorar a Dios que haga algo por paliar el hambre de la gente y comprometernos nosotros a cubrir esas necesidades. ¿Y por qué es mucho más fácil pedir a Dios que haga algo en vez de hacerlo nosotros? La respuesta es muy simple: porque hacernos cargo de las necesidades de los demás implica sacrificio, implica despojarnos de algo, implica morir un poco a nosotros mismos; y, lamentablemente, no todos están dispuestos a hacerlo. Lo mismo les pasó a los apóstoles. Ellos le dijeron a Jesús que no tenían nada para darle de comer a la gente, pero no era verdad, porque sí tenían cinco panes y dos peces; evidentemente era muy poco para tanta gente, pero quizá estaban pensando en guardarlos para cuando estuviesen solos. En un primer momento, no fueron capaces de sacrificar lo suyo en favor de los demás.

Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que ellos deben ver la manera de darle de comer a la gente, les estaba devolviendo la responsabilidad que no querían asumir. Y la táctica de Jesús funcionó. No solo fueron capaces de donar sus cinco panes y sus dos peces para que todos comieran al menos un bocado, sino que luego les ordenó que fueran ellos los que les repartieran el alimento a las personas (como para reforzar el compromiso). Ahora sí fueron capaces de renunciar a algo suyo en bien de los demás. Se nota aquí, también, el resultado milagroso que se puede conseguir cuando todos nos hacemos responsables del bien de los demás: ¡sobraron doce canastas de pan y peces!

Así sucede siempre: cuando ante las necesidades de nuestro prójimo miramos hacia otro lado, siempre falta; cuando nos comprometemos, sobra. Habría que preguntarnos, entonces, si la pobreza y el hambre que hay en el mundo es fruto de nuestro egoísmo que nos impide hacernos responsables de la situación de los demás, o solo es producto de las malas decisiones de los gobernantes. Y otra pregunta: ¿Será que el aumento de contagios que estamos experimentando en nuestra sociedad se debe a malas decisiones de las autoridades o a nuestra irresponsabilidad que nos impide hacernos cargo de la salud de los demás? Es cierto que cada persona debe luchar por su bienestar, pero eso no nos exime de responsabilidad. En el relato del evangelio de este domingo, el milagro fue que los discípulos pasaron del egoísmo al desprendimiento. Pidamos a Dios que nos haga ese milagrito, también. Junto con nuestra súplica a Dios para que nos ayude en nuestras necesidades, pidámosle también que nos haga ver cómo podemos ayudar en las necesidades de los demás.

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