Recibo al discípulo, recibo a Dios
Muchas veces Dios nos visita, y de la forma que menos esperamos. Lo puede hacer: es un amigo, un familiar, un misionero, un acontecimiento, en la misma naturaleza, en cada sacramento, etc. ¿Le habremos recibido siempre que nos ha visitado?
Cuenta una historia de la vida real que: en un pueblo de la sierra del Perú llega un grupo de misioneros. Su deseo era visitar todas las comunidades que sea posible, con el fin de compartir la palabra de Dios, bendecir las casas, sus enfermos y sus sembríos para que den buenas cosechas. Los líderes de esa comunidad organizaron la bienvenida a “los hermanos misioneros”, como ellos le llamaban. De pronto en esa celebración de acogida a los misioneros que llegaban por primera vez, un anciano de 92 años de edad, con lágrimas en los ojos se acerca a cada misionero y le besa la cruz que llevaban. Luego de ese gesto, toma la palabra y delante de todos dijo: “ustedes me miran extrañados, pero lo que acabo de hacer es de corazón, ya que estos misioneros que representan a Dios nos están visitando. A cada uno les dije: GRACIAS PAPITO POR VENIR A VISITAR NUESTRO PUEBLO, GRACIAS DE CORAZÓN”.
Eliseo le tocó visitar una casa, y en ella había mujer, que no podía tener hijos (2Rey.4,8-11.14-16ª). Esta le acoge junto a su esposo. Le ofrecen todo lo necesario. En la segunda visita, Eliseo es reconocido como “un santo hombre de Dios que siempre viene por casa”. Qué gran detalle. Qué dicha es recibir a un santo, a alguien que te habla de Dios y trasmite a Dios. Al acoger a alguien que viene de parte de Dios, estoy acogiendo al mismo Dios, que viene “a redimir a su pueblo” (cf.Lc.1,68). Siempre que acojo a Dios en mi casa, en mi comunidad, en mi parroquia, en mi trabajo…estoy acogiendo al mismo Dios. ¿Soy capaz de acogerlo? O ¿lo rechazo?
El discípulo sigue a su maestro, busca aprender de Él, intenta imitarlo, anima a otros a seguirlo. Jesús pide o exige siempre fidelidad (Mt.10,37-42), y esta debe ser correspondida con la perseverancia en su camino. Ni la familia, ni los amigos deben ser un obstáculo para seguir, servir y amar al Señor. Pero el peligro que hay que evitar en todo seguimiento del Señor es pensar que todo será fácil: “El que no toma su cruz y me sigue detrás, no es digno de mí”. Quizás pueda haber gente que no acepte las exigencias del Señor. ¿No será que quieren un cristianismo fácil o un cristianismo sin Cruz, sin mandamientos, sin sacramentos, sin Iglesia?
El discípulo, está llamado a hablar y actuar de parte de Dios (cf.Col.3,17; Hc.2,21). En la misión habrá gente que acepte al discípulo, pero habrá también lo contrario: gente que lo rechace, lo señale, lo cuestione. Pero no debe desanimarse, ya que el mismo Jesús hoy en su evangelio, va dar una promesa misionera grande a todo el que quiera ser discípulo suyo a pesar de las cruces del camino: “quien a ustedes recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado”.
¿Deseo ser visitado por Dios? Recuerda la historia, al inicio de esta reflexión: acojamos a sus discípulos.
Al recibir al discípulo, recibo a Dios.
Él nos quiere bendecir grandemente, no rechacemos su mensaje de salvación.
Con mi bendición: