Domingo de Ramos
En este domingo donde la Iglesia recuerda la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, contemplamos al Cristo de la entrega total por medio de la Lectura de la Pasión según san Mateo.
El rito inicial de esta conmemoración nos evoca a aquel momento en que Jesús montado en un burro entra a la Ciudad Santa moviendo a los presentes a recurrir a la Escritura en busca de esta imagen significativa. El profeta Zacarías, el de la restauración de Jerusalén, entona la profecía del gozo de los habitantes jerosolimitanos al ver a su rey que llega victorioso montado sobre un pollino (Zac 9,9). Esta visión confunde de seguro a propios y extraños, pues la llegada de este rey no trae la pompa del poder humano simbolizado en los caballos, las armas y los ejércitos, sino en la humildad de un profeta montado en un animal de carga. Puede que Jesús haya elegido la Fiesta de las Tiendas (llamada Sucot), para elegir el día de esta entrada simbólica a Jerusalén antes de su pasión, pues las ramas de árboles se confundían con la alabanza “Hosanna” aplicándole el título mesiánico de “Hijo de David” a Jesús. Una vez más, la pregunta por la identidad de Jesús pone en evidencia la confusión de la gente, ya que no se esperaba mucho de un judío de Galilea, sino una posibilidad de rebelión contra Roma poniendo en riesgo la paz de la nación sojuzgada por Roma. Pero, Jesús no entra para eso, viene a presentar su vida como ofrenda ante la incomprensión de quienes en la Ciudad Santa tenían el control de la religión y los sacrificios. Se inicia así, el camino de la fidelidad a la cruz.
En el segundo momento de esta gran celebración, participamos de la Eucaristía donde se nos proclama la lectura de la Pasión como eje central de la Liturgia de la Palabra. Esta lectura nos une no solo a Jesús sino a tantos hermanos nuestros que en estos días difíciles han proclamado como Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. No podemos ser ajenos al dolor de tantos compatriotas que en medio de su desesperación han abierto su corazón a Dios y han hecho suyo este salmo. Pero esa soledad, ese drama, esa angustia, no termina ni acabará jamás las ganas de vivir mientras se tenga hálito de vida; porque siempre hay esperanza en el mañana. Aquel salmo 22(21) no termina en un quejido lastimero, sino en un cántico de alabanza y de acción de gracias, porque el tiempo de la reivindicación llegará sin demora. Dios sale en busca del atribulado, Dios lo escucha y no dejará que la muerte tenga la última palabra, pues así lo hizo con su propio Hijo. Hoy como ayer existe gente que en nombre de Dios pone a prueba al justo, al inocente, al honesto, al pobre; y cree que así, despreciando a su hermano, da gloria a Dios. ¡Qué triste manera de vivir la fe y la religión! Se escuchan hoy voces desafiantes como la de los transeúntes en la cruz: “Tú que destruías el Templo y lo construías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”; “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es rey de Israel que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que lo libre ahora, si es que lo quiere, ya que decía: Soy Hijo de Dios” (Mt 27,40.42). Pero, Jesús sigue crucificado en el dolor de aquella gente, sufriendo con ellos, para conducirlos a la vida plena, donde no habrá llanto ni dolor. Nos toca hoy aprender a sufrir, aprender a guardar silencio, aprender a orar con sinceridad; todo esto que vivimos nos está llevando al sepulcro, sí, pero a un sepulcro que no podrá contener la fuerza de la vida y del amor por mucho tiempo. Toma tu ramo y proclama que Cristo es el Rey de la vida, no de la muerte; el Rey de la verdad, no de la mentira; el Rey del amor, no del odio. Buena Semana Santa.