Beber del amor de Dios
¿Alguna vez te has quejado de Dios o te has peleado con Él?, ¿cuándo ha sido ese momento y en qué circunstancias?, ¿cómo te has sentido?, ¿te sentiste “defraudado” por Dios porque no te concedió lo que le pediste o no te escuchó?
Te cuento que eso fue lo que le pasó al pueblo de Israel: “Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?” (Ex.17,3-7). Esa queja se la hicieron a Moisés y él se la trasmitió a Dios. A veces pasa en nuestra vida que cuando nos cerramos al amor de Dios o cuando no aceptamos sus exigencias vienen las angustias, la desolación, la queja, el cuestionamiento al mismo Dios. Cuaresma es un tiempo para arrepentirse de verdad y acercarse a Dios.
Él nunca desatiende nuestros ruegos (cf.Jn.14,12-14), es más, nos da la oportunidad para invocarle pero con fe. El pueblo de Israel pudo comprobar una vez más que Dios siempre estuvo con él. Moisés obedeció a Dios y pudo hacer que su pueblo se acerque a él. Dios pidió a Moisés: “…golpearás la roca y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”.
Por medio de Jesús tenemos el acceso a la gracia, a la bendición que necesita nuestra vida: “Por él hemos obtenido con la fe, el acceso a esta gracia…” (Rom.5,1-2.5-8). Y es que al acercarnos a Jesús podemos experimentar el gozo de su amor para que nuestra vida cobre siempre un sentido nuevo y renovado. Hay una motivación, que el mismo apóstol Pablo lo dice en la segunda lectura de hoy: “Y esta esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones…”
¿Cuántos de nosotros necesitamos todos de Dios? (Cf.Sal.63), cuántos necesitamos que él nos bendiga. Pero una vez más se hace necesario y urgente que le creamos a Él, que realmente él puede bendecirnos. Cuaresma es un tiempo para tener sed de Dios, ya que Él tiene sed de amor por nosotros.
Llegamos al pasaje que ya todos conocemos o por lo menos lo hemos escuchado alguna vez, es el pasaje donde Jesús se encuentra con la Samaritana, eso nos lo muestra hoy Juan en su evangelio (Jn.4,5-42). Es bueno recordar aquello que sabemos: todo encuentro con Jesús provoca conversión, sanación, liberación, ganas de anunciar su amor a otros, etc. Hace falta ver los evangelios para darse cuenta de ello. Jesús se encontró con la Samaritana y sucedió algo especial que marcó su vida.
Muchas veces no le creemos a Dios, quizás no hayamos experimentado su amor y su gracia. Jesús quiso entrar en el corazón de la samaritana: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. Y es que con Jesús no podemos perder nada, es más ganamos mucho. Jesús quiere venir a mi vida, a tu vida, a la vida de todos, pero no huyamos de él nunca.
Cuaresma es un tiempo para desear vivamente estar con el Señor, para decirle como la Samaritana del evangelio: “Señor, dame de esa agua”. Jesús miró con ojos de padre y madre a la samaritana, entró en su corazón y lo transformó. Se dejó tocar por su Señor.
Repite conmigo: quiero más de ti, Señor; quiero más de tu amor; quiero más de tu gracia; toca mi vida, Señor Jesús para que tenga más sentido. Amén.
Al acercarnos a Jesús podemos y debemos adorarle “en espíritu y en verdad”. No dudemos de acercarnos siempre a él. Llamados estamos todos a beber del amor de Dios, para adorarle, para darlo a conocer; actitudes que asumió la samaritana luego de encontrarse con Jesús.
Con mi bendición.