ELEGIDOS PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD DE DIOS
Los cánticos del Siervo en el llamado “Segundo Isaías” son profecías referidas a la esperanza depositada en Dios que viene a salvar a su pueblo que afronta la terrible experiencia del exilio. Es un llamado a confiar en que Dios ha determinado esa misión a un “elegido”, el cual trágicamente, no es reconocido como tal por el mismo Israel. Este cántico que proclamamos en este segundo domingo del Tiempo Ordinario subraya la gran certeza de la misión del Siervo quien ha sido llamado desde el seno materno para llevar adelante el plan de salvación del Señor, y cuya trascendencia no solo la contemplarán los sobrevivientes de Israel sino también todas las naciones (“luz de las naciones”). Sin duda, la experiencia del exilio removió los cimientos de la fe de Israel, que fue entendiendo, por los profetas, que su elección tenía sentido no desde la exclusividad, sino más bien, desde el designio salvífico para todos los pueblos de la tierra. El Salmo 40 (39) canta la experiencia de un creyente que ha sido liberado de su angustia por la mano del Señor. Este creyente no fija su proceder en sacrificios cultuales sino en la propia vida regida por la Ley de Dios entendiendo que sólo así es capaz de cumplir la voluntad de Dios. Su acción de gracias es tan abrumadora que decide proclamar su alabanza en medio de la asamblea, hasta que finalmente eleva una súplica confiada ante un nuevo peligro que se le avecina. En la segunda lectura, escucharemos el saludo inicial de Pablo a la comunidad de Corinto, una comunidad conflictiva, dividida, y que llegaron incluso a cuestionar la autoridad de Pablo debido a que otros misioneros pasaron por ella desacreditando la tarea hecha por el apóstol de los gentiles. Pablo tiene que presentarse como apóstol, no designado por nadie de carne sino por el mismo Dios, y subraya aquí, ya de antemano, la finalidad de la vida de todos los creyentes en Cristo, la santidad (“su pueblo santo”). Su deseo de “gracia y paz”, es expresión del saludo griego y judío de aquella época, pero que se reviste de la caridad cristiana que mueve a Pablo a escribir a los cristianos corintios para fortalecer su vocación. El evangelio de Juan se presenta como un juicio para develar la credibilidad de Jesús como el Enviado del Padre. Por tanto, es preciso presentar los testigos que hablen a favor de esta afirmación. Juan el Bautista se convierte en el primer testigo de esta verdad. Señala a Jesús como el “Cordero de Dios” que quita el pecado del mundo. Para este evangelista, Jesús muere el día anterior a la Pascua, cuando se sacrificaban los corderos en el Templo para la posterior celebración pascual en los hogares judíos. Con la muerte de Jesús no hay más rito expiatorio que hacer por nuestra salvación, pues Dios ha entregado por amor a su Hijo, el Cordero de Dios, para salvarnos del pecado. Juan se presenta como quien preparaba la venida del elegido, del ungido por el Espíritu, y señala a Jesús como tal, porque ha contemplado él mismo ese descenso del Espíritu contándonos el bautismo de Jesús. Su testimonio se convierte en clave para afirmar la identidad de Jesús.
Sin duda, la disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios es el tema de meditación de estas lecturas para nosotros. También el Señor nos ha elegido para una misión en esta tierra y estamos llamados a alcanzar la felicidad de nuestra vocación subrayando siempre que somos discípulos del Señor. Es a él a quien se le tiene que seguir y nosotros, como Juan, podemos convertirnos en fidedignos testigos de que él es el Cordero de Dios que quita los pecados de los hombres. Unámonos pues al salmista y hagamos nuestra esta invocación: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”.