Cada vez estamos más cerca de celebrar la natividad del Señor. La alegría que estas fiestas navideñas traen se percibe por todos lados. Es un tiempo de gozo el que vamos viviendo.

Hoy, el evangelio nos presenta el relato del anuncio de san José. Dicho texto es un preludio a lo que celebraremos en tres días. Es asombroso contemplar cómo es que Dios se encarna entre nosotros. El admirable misterio de la encarnación es lo que produce esta alegría en el mundo. El relato del anuncio a san José presenta una característica de todo hombre que vive bajo el amparo del Señor, justo. Para llegar a vivir este “ser justo” es necesario que nos dejemos habitar por el Señor; por este Dios que transforma nuestra vida y la lleva a plenitud.

Al mismo tiempo, las lecturas de este IV Domingo de Adviento nos presentan el cumplimiento de la promesa mesiánica, esa fe que el pueblo de Israel tenía en la venida del Mesías liberador de su pueblo.

La primera lectura nos presenta la promesa mesiánica de Isaías, la cual está enmarcada en un tiempo de conflicto para el pueblo de Israel. El rey Acaz, preocupado por la estrategia a seguir para defenderse de los ataques de los reyes de Damasco y Samaría, no quiere hacer caso al profeta, que le recomienda poner su confianza en Dios. El rey prefiere confiar en una alianza militar con Asiria. Cree en las fuerzas meramente humanas, dejando de lado la promesa de fidelidad de Dios a su pueblo.

Pero el profeta, de parte de Dios, le anuncia un signo: “la virgen está en cinta y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”. Este hijo, históricamente, fue el rey Ezequías, pero muy pronto se interpretó la profecía como referida al futuro Mesías.

Mateo, en el evangelio, proclama que en Jesús se cumple la profecía de Isaías. La muchacha que está en cinta es María, cuyo hijo es el que trae la salvación al mundo.

De las lecturas de este día podemos sacar la convicción que Dios es un Dios cercano, que entra en nuestra historia, por eso es un Dios-con-nosotros. Es como el Dios del éxodo, el que ve el dolor de su pueblo y lo libera. Por eso, el nombre que se le pondrá al Salvador es Jesús, que significa Dios salva.

¿No tendría que cambiar nuestra vida si realmente creemos en este Dios que se hace hombre entre nosotros? Hoy somos invitados por el Señor a vivir, como dice san Pablo, como su pueblo elegido, donde Dios ha querido nacer.

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