Queridos hermanos, con la celebración de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María damos inicio a la segunda semana de adviento.
El 8 de diciembre de 1854 el papa Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: “Es doctrina revelada por Dios, y por tanto ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gloria y privilegio de Dios todopoderoso, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción” (DS 2308).
Esta definición dogmática fue la culminación de un largo proceso en el sentir del pueblo de Dios. Tal como lo recuerda el concilio Vaticano II, “entre los Padres (de la Iglesia) prevaleció la costumbre de llamar a la madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado”. La santísima virgen María fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular”; debido a eso, “orden de Dios es ensalzada por el ángel como la llena de gracia” (LG 56).
Como vemos, la liturgia de este día posa su mirada en María, que es modelo de persona creyente, de discípulo. En ella se cumple la promesa del protoevangelio que se nos narra en la primera lectura, que no es otra que la promesa de salvación después que nuestros primeros padres cometieran el pecado de querer ser como Dios. Es así como lo presenta el relato catequético del Génesis al querer explicar el origen del pecado en el mundo.
Por otro lado, el evangelio de este domingo nos narra el relato de la anunciación, el cómo es que Dios ha entrado en la historia de los hombres tras el sí absoluto y gratuito de María.
Aquí se empieza a dibujar el admirable retrato de esta humilde mujer que luego, a lo largo de toda su vida, seguirá respondiendo “Sí” a Dios, incluso en situaciones difíciles como la cruz. El anuncio del Ángel y el amén de María no evitaron que luego, en su vida, tuviera dificultades. Pero, María es la mujer que supo ser fiel a Dios, creer cuando todos dudaban, esperar cuando todo era desesperanza.
Hoy, somos invitados a sacar una consecuencia personal de este misterio que celebramos. Por eso que, las lecturas de este día nos exhortan a llevar una vida santa, irreprochable, vida propia de los hijos de Dios y herederos del Reino. Que nosotros, desde nuestra vida cotidiana, sepamos imitar la respuesta de María. Ella aceptó en su vida el plan de salvación de Dios; convirtiéndose en modelo para nuestra vivencia del adviento y la navidad.