ANALIZA TU FORMA DE ORAR
Las reflexiones sapienciales del libro del Eclesiástico son muy tardías y expresan el progreso del discernimiento del creyente ante las situaciones diversas que debe afrontar en el día a día. Y no es solo aceptar la fe sin más, sino que es preciso reflexionar acerca de lo que uno vive, sus experiencias emocionales, problemas y dificultades, alegrías y tristezas. Dios habla en la historia y en la historia concreta de hombres y mujeres que desean darles un sentido a sus vidas. Es verdad que Dios no piensa como los hombres, termina por sorprendernos, y en lo que escucharemos en la primera lectura, proyectamos una visión de su imparcialidad como lo expresa este autor Ben Sirá, pero de pronto, afirma que sí termina de parcializarse, y se pone del lado de los pobres. No es una categoría social en la Biblia, es teológica, pero no está desligada de la realidad que conocemos de los pobres de todos los tiempos. Ya sabemos que, en principio, ser pobre no es un ejemplo, no es una virtud, es un equívoco de nuestra sociedad, y porque nadie sale a defenderlo, la indignación debe llegar hasta la divinidad, a ese Dios que nos creó iguales y decide intervenir exigiendo al juez atender sus peticiones, no porque quiere ser rico, no porque quiere llenarse de bienes, solo exige igualdad y justicia.
¿Es mucho pedir? La tradición paulina, termina por reivindicar la figura de Pablo, presentándolo como aquel apóstol y misionero preparado para ser inmolado. Pablo ha alcanzado ya un sitial en la comunidad cristiana, presentándose como un ejemplo de fiel testigo de la fe en Cristo Jesús. Puede ser que este sea un testimonio del temor que habría embargado a la comunidad dejando a Pablo a su suerte. Lo cierto es que, su muerte martirial se ha convertido para la comunidad que vino después de él en un ejemplo de fidelidad y constancia disponiéndose ahora sí, sin temor, a ser capaces de entregar también la vida por Cristo y el evangelio.
El evangelista nos presenta el motivo por el cual Jesús cuenta esta historia ejemplar: “hay quienes se tienen por justos, se sienten seguros y desprecian a los demás”. Las oraciones que expresan ambos personajes reflejan cómo entienden la religión, es decir, su relación con Dios. Podemos ser buenos cumplidores de la Ley, pero eso no nos asegura que seamos verdaderamente justos. Si la justicia es cumplir la voluntad de Dios, y Dios quiere que todos los hombres se salven, ¿acaso no me debe preocupar la vida de mi prójimo? Es muy fácil presentarme ante Dios como el cumplidor y santo – el fariseo -, pero destruyo todo eso al despreciar al hermano pecador. ¡Qué tipo de Dios manifiesta esta oración! Un Dios implacable, un Dios que premia a uno y a otro desprecia, un Dios sin esperanza. Jesús no nos reveló a ese Dios, ¿cuándo lo inventamos así? La oración del publicano, en cambio, manifiesta un Dios del perdón, de la misericordia, pues se sabe necesitado, perfectible y con un deseo de ser acogido por el amor del Padre para mejorar y afrontar su propia realidad de pecado. Ya alguno decía: “si en mi religión el Dios en quien creo me pide que odie al prójimo pecador, entonces mejor es volverse ateo”. Ante este evangelio date un tiempo para reflexionar tu vida religiosa y la concepción de Dios que te has hecho. Analiza tu forma de orar y encontrarás la clave para confrontar al Dios que nos trajo Jesucristo. Quizá de ahora en adelante, no solo proclamaremos como el salmista: si el afligido invoca al Señor él lo escucha; sino más bien, ayudemos a que el afligido encuentre justicia y el Señor que lo escucha desterrará por siempre la injusticia de esta tierra.