DE VERDAD, ¿TENEMOS FE?
En una parroquia lejos de la ciudad, hubo una pareja de esposos que les sorprendió la actitud de un niño: le vieron dar vueltas por los interiores de esa parroquia con un ramo de flores y con un rosario luminoso en la mano. La pregunta cayó por su propio peso: ¿a quién buscas?, ¿en qué podemos ayudar? La respuesta inocente y buena de aquel niño fue: busco a Dios, porque me han dicho que está aquí (y señalaba el templo). Aquellos esposos fueron al encargado de las llaves del templo para pedirle que lo abra. ¿Saben que hizo el niño cuando le abrieron el templo? Entró caminando de rodillas y con lágrimas en los ojos se acercó al sagrario. Aquellos esposos y aquel cuidador no sabían qué decir, sólo acompañaban discretamente al niño que atinó en dejarle flores y su rosario a los pies del sagrario. Aquel niño preguntó a los que le acompañaban: ¿puedo abrazar a Jesús? Ellos contestaron. ¡¡¡sí!!! Al acercarse a abrazar a Jesús, los esposos y el cuidador cayeron de rodillas.
Sabemos qué es fe: creer y confiar en Dios; aceptar sus exigencias y trasmitir esa experiencia a otros. Sabemos que sin Dios no somos nada, sabemos que él está presente en todo momento y lugar, que está en el sagrario, que está en los pobres a quienes deberíamos servir más, en cada sacramento, etc… sabemos, sabemos, sabemos…
Cuán importante es estar todo el tiempo en sintonía con Dios para no fallar, aún a pesar de que todo esté en contra: “Mientras Moisés tenía las manos en alto, vencía Israel; pero cuando las bajaba, vencía Amalec…” (Ex.17,8-13). El alzar las manos es señal de que yo me uno a Dios y en él a sus promesas de salvación, el alzar las manos es señal de que yo me uno a Dios para decirle que su auxilio viene de Él (cf.Salmo 120). ¿Por qué nos derrotamos o bajamos la guardia cuando todo va mal?, ¿por qué pensamos que nada tiene sentido o que no vale la pena luchar o continuar para adelante? Los amigos de Moisés hicieron lo imposible para que Moisés tuviera siempre las manos alzadas: pusieron una piedra y le ayudaban a levantar sus manos. ¿Hacemos siempre el mayor de los esfuerzos para estar unidos a Dios para no desfallecer?
Hay una recomendación en San Pablo: “permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado” (2Tim.3,14-4,2). Y para llegar a permanecer firmes en la fe, la Palabra de Dios es un medio muy importante para alimentar esa fe. Esta palabra ayudará a los que desean mantener su fe viva, para que esta no se apague. Cuán hermoso es conocer a Dios por su palabra, si lo desconocemos, no conoceríamos a Jesús (cf. San Jerónimo). Necesitamos adherirnos a Jesús (cf.Jn.15,5; Filp.1,21) para que eso se note en mi diario vivir.
Jesús enseña a sus amigos cómo tienen que orar sin bajar la guardia, sin desanimarse, sin dejarse llevar por el desaliento, que Dios siempre escucha, por eso es que les cuenta una parábola del juez injusto que sabe escuchar y dar justicia (favorecer al que toca la puerta): “Fíjense en lo que dice el juez injusto; entonces Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?” (Lc.18,1-8). Recuerda siempre esto: nuestro grito siempre es escuchado, siempre.
Aquel niño de la historia que albergaba en su corazón esperanza (requisito para no perder la fe), no dudó de que alguien le pueda hacer caso, por eso sólo abrazó a Jesús.
Hay una pregunta que debería estremecernos y que está en la parte final del evangelio de hoy: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿ENCONTRARÁ ESA FE SOBRE LA TIERRA?”.
Cuando venga Jesús: ¿encontrará fe en la Iglesia?, ¿en el mundo?, ¿en mi parroquia?, ¿en mi grupo de trabajo o estudio?, ¿en mi grupo parroquial?, ¿en mi congregación religiosa?, ¿en mi barrio?, ¿en mi servicio?, ¿en los sacerdotes y religiosos?…
Miremos una vez más al niño de la historia: buscó, lloró para ser escuchado, tocó puertas, se dejó llevar, se puso de rodillas y por fin tocó a Jesús y lo abrazó.
Con mi bendición.