Queridos hermanos:
La lectura de este domingo está formada por dos situaciones que probablemente sucedieron en distintos momentos de la vida de Jesús, pero que san Lucas ha recogido y colocado juntas para sugerirnos una enseñanza más perfecta.
La primera de estas situaciones tiene como tema central de reflexión a la fe, y la encontramos entre las primeras líneas. Según esta parte, los apóstoles le ruegan a Jesús que les aumente la fe (v. 5), y esta petición le da a Jesús la oportunidad de aclarar uno de los aspectos más importantes de la vida cristiana. Todo seguidor de Jesús debe caracterizarse por tener una fe inquebrantable, sin importar de qué tamaño sea. Jesús deja muy en claro que incluso una fe del tamaño de un granito de mostaza es capaz de hacer grandes cosas: “Si ustedes tienen un poco de fe, no más grande que un granito de mostaza, dirán a ese árbol: “arráncate y plántate en el mar”, y el árbol les obedecerá” (Lc 17,6). La importancia de la fe no está en su tamaño o en su cantidad, sino en su calidad y en lo que es capaz de hacer.
Para aclarar esta idea veamos la primera lectura de este domingo, tomada del libro del profeta Habacuc. En esa lectura el profeta se queja ante Dios por tanta opresión, injusticia y atropellos de los que es testigo (Cf. Hab 1,2-4). Dios le responde diciéndole que su reclamo tendrá respuesta a su debido tiempo (Cf. Hab 2,2-3), mientras tanto le sugiere: “El que vacila nunca contará con mi favor, el justo sí vivirá por su fidelidad” (Hab 2,4). En otras palabras, Dios no solo le estaba pidiendo al profeta confianza en él, sino también fidelidad hasta que se cumpla lo que pidió. “Fe” no solo significa “creer en lo que no se ve”, tampoco es solo sinónimo de “confianza en Dios”; es cierto que incluye ambas realidades, pero las supera. La principal característica de la fe es la “fidelidad” en Dios, pero una fidelidad que se mantenga de pie en los momentos difíciles, como aquella que Dios le pide al profeta Habacuc. Es fácil confiar en Dios y serle fiel cuando nos va bien en la vida. Pero, cuando Dios parece estar lejos o cuando las cosas no nos salen como queremos y comienza el sufrimiento, en esos momentos muchas veces la fe se quiebra y terminamos renegando y quejándonos de Dios. Jesús nos pide una fe íntegra, fiel en los momentos difíciles, aunque sea pequeña como un grano de mostaza. Es este tipo de fe la que debemos pedirle a Jesús, como lo hicieron sus discípulos en esta lectura.
Ahora bien, la fe que pide Jesús a sus seguidores no puede permanecer únicamente en lo íntimo del corazón, sino que debe manifestarse en todas las dimensiones de la vida, porque una fe que no se nota, no es fe. Así lo dice la carta de Santiago: “Muéstrame tu fe sin obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe” (Stgo 2,18). Por tanto, son las obras del cristiano las que deben expresar la fe. ¿Qué clase de obras? La segunda parte del evangelio de hoy nos responde: aquellas que tienen relación con actitudes de “servicio” (Cf. Lc 17,7-10). El amor, que es distintivo de la vida cristiana, se expresa de mejor manera a través del servicio a los demás. Todo seguidor de Jesús es, por esencia, alguien dispuesto a servir a sus hermanos. Si es así, entonces se puede decir que el servicio, en cualquiera de sus formas (solidaridad, caridad, búsqueda de la justicia, etc.), no es un mérito, sino una obligación, o mejor dicho, la mejor manera de ser cristiano. Esto es lo que quiere decir Jesús con la parábola del servidor que cuenta san Lucas: “Cuando su criado (su servidor) viene del campo, ¿le dicen acaso: “entra y descansa”? ¿No le dirán más bien: “prepárame la comida y ponte el delantal para servirme hasta que yo haya comido y bebido…? ¿Y quién de ustedes se sentirá agradecido con él porque hizo lo que le fue mandado?” (Lc 17,7-9). Este criado del que habla Jesús no merece una felicitación especial porque no ha hecho nada especial, tan solo ha cumplido con su trabajo, ha hecho lo que le corresponde. De igual manera, el cristiano, cuando sirve a su prójimo, no está haciendo nada extraordinario de lo que merezca ser aplaudido; más bien, está haciendo lo que debe hacer, está cumpliendo con su rol natural de cristiano, está expresando su fe. El deber del cristiano es amar a su prójimo a través del servicio concreto.
Tremenda lección la que nos entrega san Lucas con estos dos relatos. Todo cristiano debe caracterizarse por tener una fe completa, íntegra y fiel, que se manifieste en su vida con obras de servicio a los demás. Hoy nosotros podemos decir igual que los apóstoles: “Señor, auméntanos la fe”, pero siempre teniendo en cuenta que, si Dios nos concede una fe verdadera, esa es solo para poder servir mejor a nuestros hermanos.