Continúa el evangelio de San Lucas presentándonos algunas exigencias en el seguimiento de Jesús tomando como modelo de mediación a sus discípulos. Hoy el Señor nos hace una invitación exhortativa a cultivar y profundizar en los valores como la confianza interpersonal, a vigilancia, el desprendimiento y el verdadero sentido de las riquezas, la austeridad de vida, la fidelidad…todos estos valores y actitudes marcados con un claro carácter pedagógico y ético.
En medio de las pruebas, dificultades, inseguridades, propias de la fragilidad y limitaciones humanas, Dios es quien puede dar el sentido profundo de la vida y por eso se puede poner en Él su confianza. Esta “mirada” a Dios no es meramente “pietista”, etérea, resignada o conformista, desencarnada, sino un esfuerzo personal de encuentro con el Señor desde la capacidad de escucha y humildad. La confianza en Dios, en la mentalidad lucana, es la aceptación de su voluntad, el “acierto” en el discernimiento, abandonando las seducciones de una sociedad materializada, desprenderse de lo secundario porque “donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón” (Lc. 12,33-34).
Las parábolas que nos presenta el evangelio de hoy, además de exhortarnos a la confianza y responsabilidad, nos invitan también a la vigilancia activa. Una actitud esencial en la dinámica de la fe del cristiano comprometido. Exige sentido de disponibilidad, de acogida, de vivir en permanente “tensión” para responder al Señor no solamente en momentos puntuales o a la “desesperada” sino en perseverancia y tenacidad, en agradecimiento y en sentir su compañía que nos anima, acoge y perdona.
Hoy la Liturgia a de la Palabra nos ofrece una reflexión para amar la vida pero desde los valores de humanización y fraternidad. Aprender a contemplar, a abrirnos a misterio de Dios que nos anima y nos comprende y valorar en su justa medida los bienes materiales para qu sean instrumentos de ayuda al servicio de nuestra maduración personal con la mirada puesta en el compartir y la solidaridad.