Queridos hermanos:
Las lecturas de este domingo nos hablan de la importancia y la fuerza que tiene la oración hecha con confianza a Dios, sobre todo la oración de petición. Toda oración es un diálogo con Dios, un diálogo amical, amoroso, lleno de confianza. En cualquier oración hablamos con Dios como si lo hiciéramos con un amigo. Pero, a diferencia de las conversaciones que tenemos con nuestros amigos, a los que vemos, la oración es un diálogo con alguien a quien no vemos, por eso la confianza es indispensable para que la oración fluya: confianza en que Dios existe, confianza en que siempre nos escucha aunque a veces no responda, y confianza en que Dios quiere lo mejor para nosotros, tal como nos lo sugiere el evangelio de este domingo.
En el evangelio de hoy se nos habla específicamente de la oración de petición. Cuando confiamos en Dios, cuando sabemos que él quiere nuestra felicidad y que él puede darnos lo que necesitamos para conseguir esa felicidad, entonces nace la súplica a Dios. En esto consiste este tipo de oración: es una súplica a Dios por nuestras necesidades. La confianza absoluta en Dios debe mover nuestros corazones a pedirle por aquello que necesitamos para ser mejores personas, mejores cristianos, mejores servidores de los demás. Pedirle cosas a Dios no es un abuso de confianza ni una falta de respeto. En el mismo evangelio se nos invita a pedir a Dios sin cansarnos: “pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque el pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre”. Es nuestro derecho como hijos de un Padre que incluso “quiere dar el Espíritu Santo a quienes se lo pidan”.
Ahora bien, entre todas las oraciones de petición que podamos hacer, existe una que es la mejor de todas: el Padrenuestro. Esta oración es una colección de oraciones de petición, y es la oración más completa porque en ella le pedimos a Dios por todo lo que necesitamos para ser felices. En otras palabras: quien hace suyas las palabras de Jesús en el Padrenuestro, ya no necesitaría pedir nada más porque allí está expresado lo más importante. En el Padrenuestro le pedimos a Dios por sus intereses y por los nuestros: en efecto, las tres primeras peticiones de esa oración están referidas a que se realice en la tierra y en nosotros los planes de Dios, y las demás se refieren a nuestras necesidades materiales (el pan, por ejemplo) y espirituales (la capacidad de perdonar).
Por último, quien ora con el Padrenuestro debe saber que para que se cumpla lo que en él se pide, debe haber también un esfuerzo humano. “A Dios rogando y con el mazo dando”, dice el refrán. Que el reino de Dios venga a la tierra, que se haga su voluntad, que el pan de cada día llegue a todos y que podamos perdonar como nos perdonan, depende en parte de nuestra participación activa. Dios hace su parte y nosotros debemos hacer la nuestra. Y ya que estamos celebrando nuestras fiestas patrias, no estaría de más recordar que el Perú mejor que todos queremos no va a caer solo del cielo aunque sigamos rezando el Padrenuestro, pero sin poner de nuestra parte. Al Perú, así como el Reino de Dios en la tierra, lo construimos todos con la ayuda de Dios. Todos deseamos que al Perú le vaya bien y que se parezca a ese Reino del que se habla en el Padrenuestro; pues estos deseos se harán realidad con la oración y con nuestro esfuerzo. La sola oración no basta. Todos sabemos qué actitudes atentan contra el desarrollo del país, por tanto no podemos rezar el Padrenuestro y hacer lo contrario en nuestra vida como ciudadanos. Creo que la mejor manera de celebrar nuestro aniversario patrio es pidiéndole a Dios por nuestro país y trabajando por él. Oremos por el Perú y construyamos el Perú. Recemos el Padrenuestro y hagamos en nuestra tierra lo que en él se dice. ¡Felices fiestas patrias!